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El padrón

J. J. PÉREZ BENLLOCH Los ayuntamientos de Valencia y de Alicante discrepan de la cifra de población que les otorga el Instituto Nacional de Estadística (INE). Según este organismo, ambas capitales pierden habitantes, lo que puede ser consecuencia de los dobles empadronamientos de algunos ciudadanos o, simplemente, de la escasa aptitud aritmética de nuestros ediles. El concejal delegado de Administración General y Personal del cap i casal, Vicente Igual, asegura que los números buenos son los suyos, de los que se desprende un ligero aumento. En tanto se ponen las cosas en claro, dejémoslas como están y admitamos provisoriamente que el padrón está estabilizado. No vamos a más, ni tampoco a menos. Los demógrafos dirán en su momento, si nos hacen la gracia de publicar sus fundadas reflexiones, a qué se debe este encogimiento, cuando lo previsible -al menos a juicio de los ignaros- era que el espectacular desarrollo urbanístico de una y otra ciudad se reflejase en sus respectivos censos. El desarrollo urbanístico, digo, y también la retórica de los equipos municipales de gobierno, a los que se les cae la baba glosando las excelencias de su gestión y las mejoras citadinas que nos regalan. Por lo visto no son bastante para animar la corriente inmigratoria ni alentar la reproducción familiar, tan pacata, un hecho que sí es alarmante y frente al cual no parece que se instrumenten políticas efectivas, si bien éste es un capítulo que no concierne específicamente a nuestros regidores. Como era de esperar, apenas conocidas esas desoladoras cifras, los vecinos más chauvinistas de Valencia se han sentido acosados por el temor de perder el tercer puesto en el ranking de las capitales españolas. La sombra de Sevilla ya nos lame los talones y, al paso que vamos, será cosa de unos pocos años el vernos desplazados. Claro que para ese entonces es posible que los listorros que gobiernan el área metropolitana de la capital hayan acordado el estatuto de metrópolis que requiere y exige. Llegados a ese punto no sólo seremos más, sino el doble y volveremos a despegarnos. O sea, que los patriotas municipales pueden dormir tranquilos. Menos tranquilo ha de estar, o eso supongo, el gremio del atobón con sus miles de viviendas nuevas y en construcción, a las que se deben sumar otras tantas de segunda mano -¿30.000 o 40.000 en total?- que buscan comprador. Si el padrón no aumenta y el dinero negro se acaba, porque algún día se acabará, digo yo, ¿dónde está el mercado? ¿Habrá valido la pena colonizar tantos espacios y engullir tantísima huerta a costa de un centro histórico saturado de solares y medio despoblado? Predación y negocio, que son los motores de la única planificación en curso. No obstante, el estancamiento vecinal podría decantar algunas ventajas. Por lo pronto, las de abordar con más resolución los problemas viarios, los del ruido y la contaminación, entre otros. A lo mejor, poniendo el énfasis en estas parcelas, logramos una ciudad confortable, apetecible y envidiada. Entonces nos importará un comino ser la enésima en la cucaña poblacional, pues sólo los necios ensueñan emular a Calcuta si tienen el privilegio de residir en una ciudad campeona en calidad de vida, que de eso se trata. Es el mejor alibí para atraer nuevos vecinos y el viagra idóneo para alumbrar criaturas.

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