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Algunos vascos

DÍAS EXTRAÑOSComo muchos de mis conciudadanos, también yo he visto Muertos de risa y me he reído lo mío. Hace años que conozco a Álex de la Iglesia y que comparto su delirante visión del mundo en general y de España en particular. Lo único que lamento es que Álex viva en Madrid y no pueda (o no quiera, o no le dejen) hacer bromas sobre Euskadi, un país que tal vez no resulte tan hilarante como ese otro país que no se sabe muy bien si es un país o sólo una realidad entrañable, pero cuyas posibilidades cómicas están sin duda desperdiciadas. Es una lástima que haya tan poco sentido del humor en el PNV (aunque el gag de los observadores internacionales es bastante bueno), pues a mí me encantaría que Xabier Arzalluz le encargara a Álex una biografía filmada de Sabino Arana gracias a la cual todos pudiéramos reírnos a costa de nuestro fascista favorito (ya está bien de hacer siempre bromas sobre Hitler, Stalin o Franco, ¿no creen?). Del mismo modo, sería estupendo que Euskal Telebista le pidiera al señor de la Iglesia una comedia de situación sobre tres idiotas de Jarrai que comparten un piso caótico y que los fines de semana, inflados de calimotxo, salen a practicar la kale borroka y vuelan un batzoki del PNV confundiéndolo con una sede socialista o popular. Lamentablemente, en el PNV no están por la labor de convertir a Euskadi en un país tan divertido como España, con lo que mi amigo Álex se ve obligado a vivir en el exilio como tantos otros de sus compatriotas convencidos de que en este mundo hay mil cosas más divertidas que quemar cajeros automáticos, destrozar autobuses y colocar bombas lapa en los coches de la gente que no te cae bien. Mi amigo Íñigo Gurruchaga se ha buscado un exilio aún más lejano. Hace bastantes años, el hombre escribía en este diario y lo acabó dejando, porque, según me contó, estaba harto de que el 90% de sus artículos tuvieran como tema el crimen de inspiración patriótica. A él, esto del patriotismo se la traía al fresco, como pude comprobar un día en Madrid, en la redacción de El Globo, cuando una secretaria que le tenía que pagar le preguntó cómo quería que le escribiera el apellido, Gurruchaga o Gurrutxaga. Con una sonrisa irónica, Íñigo le dijo: "Ponlo con tx, que así haremos feliz a mi padre, que es del PNV". Íñigo mantenía que lo que había que hacer en Euskadi era montar viajes en autobús a Sevilla para que la población viera que el colofón ideal de una juerga no es prender fuego a la tienda de muebles de un militante del PP. Esta propuesta nunca encontró la comprensión del señor Arzalluz, así que Íñigo optó por irse él, y no a Sevilla, sino a Londres, donde aún sigue en la actualidad, viendo crecer feliz a su preciosa hija Amanda. A diferencia de Álex y de Íñigo, mi amigo Iñaki Ezquerra sigue viviendo en su Bilbao natal tras haber pasado largas temporadas en Madrid y Barcelona. Como miembro fundador del Foro Ermua, supongo que Iñaki va por ahí esquivando garrotazos y cartas bomba, pero parece tener claro que de su ciudad no le echa ni Dios. Que se vayan los alegres muchachos del jersey de leñador, el pendiente en la oreja y la cara de troglodita, debe de pensar el hombre. A Iñaki le debo uno de los mejores ataques de risa de toda mi vida, el que me produjo la lectura de su relato La caída del caserío Usher. Este cuento narraba la historia de un hombre que se va al campo en busca de un poco de vida sana y descubre que todos los lugareños aplican a la salud tácticas terroristas, con lo que su estancia se convierte en un infierno plagado de inacabables marchas campestres, terroríficas ingestas de comida y atroces madrugones. Cuando el protagonista de la historia quiere enviar noticias a casa, le hacen una foto en la que se le ve sosteniendo un ejemplar del diario Egin. Por supuesto, este relato nunca se ha convertido en un corto subvencionado por la Consejería de Cultura del Gobierno vasco. Álex, Íñigo, Iñaki... Me acordé de los tres la otra tarde, a la salida del cine Urgel, tras ver Muertos de risa. Acto seguido me acordé también de Xabier Arzalluz.

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