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Y viceversa

Esto pretende ser un pequeño manifiesto verde para nacionalistas. O un pequeño manifiesto nacionalista para verdes o ecologistas. O ambas cosas. Empiezo: un fantasma recorre este país amenazando por igual a quienes estiman la naturaleza y su lengua, la supervivencia de esta especie y la soberanía de este pueblo. Es el fantasma de la destrucción y su sustitución por un simulacro, la construcción de espacios de diversión standarizada o parques temáticos en el poco espacio libre que queda, donde el argumento se confía a guionistas extranjeros, los beneficios a la nueva aristocracia del bacalao, la porcelana lanosa y la especulación inmobiliaria, y el curro estereotipado y servil a nosotras y nosotros los indígenas, disfrazados de antiguos labradores, de celtíberos o de mona de Pascua. En el simulacro caben los disfraces de Rodolfo Valentino en El hijo del Caid para visitar las tierras alicantinas del interior desertizadas y un zoo en cada capital para que los niños puedan aprender tristeza. Algo que aterra tanto a quien ama a su pueblo como a quien ama simplemente la vida. Algo que atenta contra la biodiversidad cultural tanto como la de las especies y ecosistemas. Ese fantasma que provocó o permitió la lluvia ácida sobre Els Ports, que destrozó la Dehesa del Saler, que convierte cada zona húmeda del país en un campo de batalla contra la cementización de la costa, que instaló la central nuclear de Cofrentes en un triple insulto a la seguridad de las personas y los cultivos, la autonomía y la democracia, que hace del mapa valenciano un dolorido y doloroso parte de quirófano de un cirujano sádico, no es muy distinto del que renunció a nuestra lengua y autonomía y nos propuso o impuso ser un pueblo de provincianos recelosos de Cataluña y de nosotros mismos, quejoso del desamor de los gobiernos de Madrid, de esa España a la que tanto ofrendábamos. Desde que la aristocracia recurrió a la monarquía para derrotar al pueblo en la guerra de les Germanies y se castellanizó en agradecimiento, en este país todo aquel que ha hecho dos pesetas se ha sentido obligado a renegar de su lengua. En su momento, la burguesía valenciana renunció a seguir el ejemplo nacional y cultural de la catalana porque vivía demasiado bien bajo gobiernos cutres y oligárquicos que enviaban a los valencianos a morir en Cuba o en África. Esa claudicación transmitida, esa ignorancia de que las comarcas de las tres provincias constituimos un pueblo, ese derrotismo meninfot apenas oculto bajo localismos y vanidades triunfalistas, esa falta de apego a nuestros paisajes y a nuestras vivencias, a nuestro patrimonio cultural, ecológico o histórico está en la base de la destrucción de nuestro medio ambiente, en el ataque de cada día al Montgó o en la destrucción del Cabanyal y de La Punta por razones pretendidamente económicas. Y en la base de nuestras claudicaciones. No iremos detrás de antiguos tambores de sumisión, no destruiremos el patrimonio cultural y ecológico de nuestros hijos a cambio de treinta monedas para hoy y hambre para mañana. Queremos nuestro propio modelo de progreso que no es el modelo de destrucción de las multinacionales ni de las nuevas oligarquías locales. Para esa resistencia y para la construcción de ese modelo, para desarrollar formas no agresivas de turismo, conectar lo mejor de nuestra tradición agrícola con la agricultura biológica, para mantener formas de vida mediterráneas frente a la rigidez horaria del capitalismo salvaje, para no ser nosotros mismos las ánimas en pena asalariadas de un parque temático sobre nuestro pasado, es preciso la colaboración de las dos sensibilidades más actuales: el ecologismo político y el nacionalismo abierto a la solidaridad con todos los pueblos y ningún estado. Por eso hay que felicitar al Bloc Nacionalista Valencià por ir a las autonómcias con Els Verds. Y viceversa.

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