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El señor No

MANUEL PERIS "No me preocupan". Con esta rotunda, a la par que sencilla, frase comentaba el presidente Zaplana las acciones interpuestas por la Agencia de Protección de Datos contra el gobierno que dirige por haber facilitado a una empresa privada 800.000 datos de jubilados, a los que invitó a un acto propagandístico. El PP ha encontrado en Eduardo Zaplana una figura estelar cuyo brillo apenas hemos empezado a ser capaces de percibir. Puede que tengamos que esperar a la segunda legislatura triunfal de Zaplana, cuando se cumplan sus objetivos electorales de alcanzar la mayoría absoluta, para percatarnos de su auténtica dimensión política. Desde su irresistible ascensión desde la política benidormense, si en algo ha destacado Eduardo Zaplana es en su extraordinaria audacia. Esa osadía política, que algunos infravaloran como vulgar chulería, convierte su figura en paradigmática. Algunos incidentes pueden ilustrar este elogio del president, para nada desmedido. Por seguir con el tema de los jubilados, no está de más recordar que cuando la Agencia de Protección de Datos empezó a tomar cartas en el asunto, Zaplana tuvo el valor de asegurar que desconocía qué era el citado organismo. Algo que tampoco debe extrañar mucho entre gentes que se pasaban disquetes de ordenador con fichas de periodistas no complacientes. Y cuando la Audiencia Nacional inició acciones contra el entonces consejero de Obras Públicas, Luis Fernando Cartagena, por el presunto escamoteo a la Hacienda Pública de 146 millones de pesetas, Zaplana tuvo una reacción no menos contundente al negarse a valorarlo asegurando que se trataba de "un asunto privado". El que ahora un concejal de Orihuela, expulsado del PP, acuse a Cartagena de quedarse con ocho millones de pesetas que le dieron unas monjitas para obras sociales, deberá parecerle, como mucho, una nimiedad. No se trata ahora de entrar en valoraciones sobre lo que se supone que debería representar para las libertades democráticas y los derechos de las personas la protección de sus datos, o para la ética pública el cumplimiento de las obligaciones tributarias por parte de las autoridades que administran los impuestos. No. Sobre eso ya han corrido ríos de tinta. El interés del asunto es puramente técnico y radica en la pericia con la que Zaplana se enfrenta a problemas que hasta ahora se tenían como cruciales en una democracia. Es una técnica de una habilidad y sencillez aplastante: el problema no existe. Es el mismo "no" que utilizó para negarse a debatir en las Cortes Valencianas la crisis provocada cuando lanzó una opa hostil contra sus socios de UV en la persona de María Angeles Ramón Llin. Era un asunto, dijo, que no interesaba a los ciudadanos y punto. Es casi seguro que este país ha tenido administradores más preparados que Zaplana. Puede que también, más prudentes, virtuosos, aguerridos, justos o sabios. La historia da para todo. Pero dudo que desde los tiempos del mismísimo Rei Jaume hayamos tenido caballero políticamente tan atrevido. Es posible que esta cualidad no sea muy buena ni para la democracia ni para el mejor gobierno de sus conciudadanos, pero desde luego impide que quien la ejercita pueda ser tenido por un burócrata aburrido. Estamos ante un personaje muy sugerente para la literatura o el cine. Algo es algo.

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