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Naciorismos

LUIS DANIEL IZPIZUA 1.- Llamar nación a un territorio significa matarlo, hacerlo desaparecer en su realidad más viva. No en su esencia, que no la tiene, puesto que un territorio es sólo existencia. Todas las naciones se han construido, o al menos definido, en nombre de su diferencia. Pero llamar nación es una forma de igualar. Se borran primero las diferencias internas del territorio nacionalizado, y se borran también las diferencias con las demás naciones. El resto es folclore, del que cabe decir que no hay nación que no lo tenga, y que es, por tanto, otra pluma necesaria -común a todas las naciones- del casco marcial del mariscal de campo. 28.- Los enamorados gustan de considerar que el azar apenas tomó parte en su destino. En casos extremos, llegarán a considerar que las circunstancias de sus nacimientos respectivos ya señalaban su posterior encuentro y rumiarán con entusiasmo que su historia de amor se inició con el primer vagido. Algo similar ocurre con las historias nacionales. Nada de azares, pues el azar se configura en el momento y es siempre susceptible de reordenar su sentido. La eternidad no tiene fin, pero tampoco ha de tener principio. Y una nación se erige siempre sub specie aeternitatis. 36.- Los nacionales -los nacionalistas- conciben la vida como una carrera de relevos, de cuyo testigo son portadores. No del de la vida, sino del de la carrera. Pero se me antoja más libre una carrera sin testigo. A tu marcha y por el puro gozo de moverte. Así, además, no corres atenazado por la sospecha de que lo haces obligado por una nadería. El miedo a descubrir ese vacío en tus manos te puede volver intolerante. Debe de ser insoportable ver correr a un loco de Dios con las manos libres, mientras tu vas con los ojos cruzados en un trozo de madera. Mucho más, si además te pasa. 45.- Contra América -contra los USA, quiero decir- se lucha con la mímesis. No hay nada mejor para luchar contra un Disneyworld que un Disneycountry. Hasta el etnismo contemporáneo es un invento de los americanos. Un movimiento democrático en su origen -negros, indios, chicanos, mujeres- que acabará convirtiéndose en un trámite necesario para participar en el Imperio, o sea, para beneficiarse del poder. Los marginados seguirán siendo marginados, pero si antes nadie se acordaba de ellos, en adelante los utilizarán para constituir ese cupo de tribu necesario para que los jefes se promocionen. 62.- La crisis del Estado-nación ha despertado las ilusiones de las llamadas naciones sin estado -pero constituidas desde el deseo de ser Estado- que creen llegado su momento. Sin embargo, la crisis del Estado-nación conlleva también la crisis irrevocable de la nación, ya que ambas realidades son indisociables en la modernidad. Nada más elocuente en este sentido que las palabras de Jordi Pujol: España no es una nación. Habría que contestarle que Cataluña tampoco. 64.- Y, sin embargo, existen. Las naciones, quiero decir. Nos resulta imposible concebirnos al margen de ellas. Nos socializamos en ellas y adquirimos en ellas nuestros derechos de ciudadanía. Podría definir la nación como el lugar que mejor respeta mis derechos. Pero si eso fuera así, y si pudierámos elegir libremente nuestra nación en función de ese principio, habría lugares -naciones- en la tierra que se quedarían desiertos. Y, no obstante, debiera ser así. Hay que empujar a las naciones en su empeño igualador hasta que se diluyan a causa de lo que ellas mismas crean. Un derecho universal y un lugar de vida. Y ciudadanos que hagan de la mirada y de las manos instrumentos de socialización. Bilbao: he ahí una esperanza. 78.- Nuestra paradoja civilizadora: tanto resaltar nuestra diferencia, hasta con sangre, y resulta que lo que marca nuestra diferencia, lo que nos hace interesantes, es un invento americano: el Guggenheim. Gracias al Guggenheim, Bilbao ha dejado de ser una capital irredenta para empezar a convertirse en una capital de verdad. He ahí nuestra nación, la culminación al fin lograda de nuestro igualatorio esfuerzo nacionalizador: Bilbao. ¡Ah, vivir en un arrabal de Bilbao, en el más bello arrabal! Quiero ser bilbaíno hasta las cachas. 99.- Un naciorismo es un aforismo con txapela al que se le ha quitado la bandera. En cuanto a la txapela, es irrelevante.

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