Demonio
El demonio ha adoptado diversas formas a lo largo de la historia. No siempre ha tenido una acepción maligna. En la mitología griega, el demonio era un genio interior que se limitaba a señalar lo que no había que hacer. Era el espíritu del no. Saber negarse, aprender a decir no sin que te rompas por dentro es el grado más alto de la personalidad. A muchos les supone una hazaña muy difícil de conseguir. Necesitan ayuda de un psicoanalista, que es una encarnación moderna de aquel demonio griego. Sin duda, Sócrates hoy impartiría su filosofía al borde de un diván. Tal vez, toda su labor consistiría en enseñar a decir no. Luego, en la cultura babilónica, recogida en el Génesis, al demonio se le llamó Luzbel, Belcebú o Lucifer, que hoy han pasado a ser nombres de discotecas. No existe título nobiliario más antiguo que el de Príncipe de las Tinieblas. Puede que, un día, este príncipe portador de la luz se rebelara contra Dios y, a la hora de establecer su negación, midiera mal las fuerzas. Perdió la batalla y fue condenado. Luzbel, Belcebú o Lucifer se convirtió en un simple aerolito desprendido de aquel astro rey. Ahora sigue atravesando en su caída todo el universo a oscuras, y este demonio sólo se enciende cuando penetra en la atmósfera de la Tierra. Como una estrella fugaz, se precipita de noche sobre el asfalto de la ciudad, donde se dedica a deslumbrar, a comprar almas a cambio de un momento de luz. El demonio más moderno es la lente que crea imágenes. Para tentarte, la cámara se acerca suavemente y te promete un instante de esplendor. Le ofreces el rostro, y la lente escruta primero la calidad de tu piel, y luego, ese ojo malvado se agarra a todas las erosiones que el tiempo le ha infligido y, por una de ellas, tal vez un poro, tal vez un grano, se introduce en el interior del cuerpo buscando el espíritu. Siempre lo encuentra. Sentados en el hígado, el demonio y el espíritu realizan la transacción. El demonio se lleva el alma a bajo precio y, a cambio, sólo deja un espectro que luego aparecerá en la pantalla. El antiguo demonio de los griegos enseñaba el don supremo de la negación. El moderno Lucifer es el que te fuerza a decir sí. Es el camino más corto hacia la destrucción. Haga usted la prueba. Si dice a todo que no, se sentirá liberado porque su espíritu no está poseído. Si dice a todo que sí, aunque su espectro se reproduzca a menudo en imágenes, lo más seguro es que se sienta condenado.
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