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La Cubana

DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Fugaz ha sido el paso de La Cubana por Tele 5. En cuatro semanas se han quitado de encima a la delirante troupe comandada por Jordi Milán, y a mí (y a cuatro más, ya que la audiencia no era gran cosa) me han dejado sin un puñado de carcajadas que, francamente, me sentaban la mar de bien. El share, los ratings y demás entelequias de nombre anglosajón se han llevado por delante la única propuesta humorística razonable de los últimos años en nuestras televisiones privadas. En teoría, nada que objetar: todo magnate es libre de hacer con su dinero lo que le venga en gana. Pero... Uno no puede dejar de reflexionar un poco ante este tipo de situaciones. Podríamos optar por la vía patriótica y decir aquello tan sentido de que no nos quieren fuera de nuestras imprecisas fronteras, ya que los programas de La Cubana en TV-3 siempre funcionaron dignamente. Pero no acabaríamos de creérnoslo ni que votáramos siempre al PI: los espectáculos teatrales de la banda del señor Milán han ido de perlas por toda España. No, aquí el problema es exclusivamente audiovisual. En TV-3, aunque nunca hubieran funcionado las Teresinas, no se habrían movido de la parrilla: nuestra televisión nacional es contumaz en la defensa de sus productos. Recuerden el programa de Jordi Elepé. Cada semana, miles de catalanes relinchábamos de rabia ante las gracias de nuestro Benny Hill particular, pero a nadie se le ocurría enviarle a tomar viento a él, al Casimiro y al resto de su siniestra cuadrilla. Debe de ser cosa de las televisiones públicas: también TVE está haciendo lo que puede por aguantar a Lina Morgan en antena aunque cada semana vean su espacio menos personas. Mi teoría acerca de lo que ha pasado en el caso que nos ocupa la resumió muy bien Anthony Hopkins en la película de Oliver Stone Nixon. Hopkins (o sea, Nixon) decía refiriéndose al pueblo norteamericano: "Cuando ven a Kennedy, ven aquello que les gustaría ser, y cuando me ven a mí, ven aquello que realmente son". ¿Qué quiero decir con esto? Pues que la propuesta de La Cubana era un espejo tan brutal de la realidad española, tan poco distorsionado, tan poco digno del Callejón del Gato, que hacía un daño tremendo a una gran parte de los espectadores. Si ustedes se fijan, la práctica totalidad de la oferta humorístico-costumbrista de las televisiones españolas se divide en dos bloques: 1. La caspa de toda la vida. La que va de Lina Morgan a Arturo Fernández pasando por Los Morancos. Es una caspa comprensible y disfrutable por una gran parte de la población porque remite a Carlos Arniches y demás saineteros de la España eterna. Es lo nuestro. Y a lo nuestro se le ha de querer. 2. La caspa de toda la vida americanizada. Es la que desprenden el tío Willy de TVE, los periodistas de Tele 5 o las chicas de Ellas son así. El funesto Arniches sigue soplando en el cogote de los guionistas, pero éstos se hacen la ilusión de que su modelo es Seinfeld. El público agradece lo que considera una muestra innegable de que ya somos europeos y contempla con envidia esos silloncitos de Nancy Robbins, esas mesas de Hábitat y esas estanterías de Ikea que dan a la serie (es un suponer) un nivelazo estético de no te menees. En ese panorama, La Cubana tuvo las santas narices de reivindicar a Azcona, Berlanga y Ferreri fabricando un producto que no era ni la caspa de siempre ni la caspa renovadora y europeizada. Y claro está, lo ha pagado con sangre. Mucha gente no le veía la gracia a los personajes de La Cubana porque, probablemente, tienen un pariente idéntico a ellos al que tampoco se la ven. Los horrendos muebles del programa deben de ser clavados a los que atesoran en sus hogares miles de familias españolas. Es decir, la reproducción de nuestra cazurrez legendaria resultaba tan dura y tan canalla que no había Dios que la resistiera (más allá de cuatro miserables como yo). Una lástima.

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