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Tribuna
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¿A qué juega, míster?

Los últimos partidos han confirmado que la Liga española es un muestrario de escuelas. No hay otro campeonato en el que convivan tanto como en éste todas las expresiones conocidas del juego, y basta una observación superficial para identificar todos los colores, fragancias y acentos posibles en el fútbol moderno. Varios equipos tienen un reflejo inconfundiblemente alemán, otros practican la geometría variable y tiran el achique de espacios, algunos eligen el dibujo clásico y, como decía Fabio Capello, se atreven a jugar con extremos, y la mayoría opta por fórmulas mixtas : aquí un repliegue moderado, allí una demostración de marcaje en zona o quizá un intento de salida rápida o tal vez algún breve ejercicio de toque. Según campos y ocasiones, cabe entre nosotros cualquier contraste del fútbol internacional hasta el más extremo de los enfrentamientos imaginables: el fútbol holandés más abierto frente al fútbol italiano más cerrado.La movilidad de los mercados ha permitido reunir a figuras que proceden indistintamente de la escuela tropical más cálida o del ventisquero siberiano más frío, y hace del campeonato español una auténtica exhibición de fútbol mestizo. Tal reunión de talentos prueba una vez más que en este raro deporte en el que nadie puede utilizar las manos, salvo un intruso llamado portero, es posible ensamblar todos los estilos. Eso explica que una transfusión de sangre brasileña sea compatible con el cuero magrebí, el acero sueco o el hielo ruso, a condición de que los donantes estén unidos por alguna habilidad especial. La experiencia de esta Liga demuestra que Mazinho, Radchenko, Revivo y Juan Sánchez interpretan la misma melodía, disfrutan de una misma visión y tienen un punto común en las encrucijadas del juego. Sin embargo, la diferencia entre los equipos no es tanto un dominio de las estrellas como un reflejo del ideario de los entrenadores.

-Cuando empieza el partido tenemos un punto en nuestro casillero, el que corresponde al empate. Pues bien , no quiero perderlo- dicen que dijo Héctor Cúper antes de tejer la telaraña del Mallorca.

-El equipo está triste, y yo triste me voy- dijo Arrigo Sacchi antes de retirarse a escribir sus memorias, mientras sus directivos declaraban que el Atlético vivía prisionero de su propio sistema.

-No siempre gana quien mejor juega y, aunque hemos ganado nosotros, hoy ha sido mejor el Barcelona. Hemos estado muy tensos y poco rápidos- dijo Ranieri como él habla, es decir, al contraataque, después de que Mendieta le marcase a Hesp aquel gol vía satélite.

-Estoy muy decepcionado, pero trataré de desquitarme en Mestalla- respondía Van Gaal, mientras se tentaba su abollada nariz de sparring.

-Estoy seguro de que en Balaídos el Barça tomará sus precauciones, porque sabe que podemos ganarle- anunciaba Víctor Fernández, inspirado por las meigas de Vigo.

En realidad, tan cierto es que en el fútbol no hay una verdad única como que hay verdades divertidas y aburridas. Aunque sabemos que en la cancha cualquier fórmula es buena a condición de que sea bien aplicada, por alguna perdonable debilidad estética algunos preferimos a los equipos que practican la guerra de invasión frente a los que se repliegan hasta su propia retaguardia con la esperanza de que el adversario desfallezca. Dicho con otras palabras, aceptamos que todos tengan su minuto de gloria, pero en la duda evocamos a Cruyff.

En ausencia suya, nuestro hombre es Víctor Fernández.

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