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Tribuna
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La peor humillación posible: el ninguneo

Santiago Segurola

El Madrid sufrió la peor humillación posible en el Camp Nou: se sintió perdonado por el Barcelona, que le trató como a un don nadie, como a cualquiera de los equipos insignificantes que sólo merecen un poco de condescendencia. El Barcelona apuntó sus mejores cualidades, pero apenas necesitó explotar su autoridad. Se sintió tan seguro de la victoria que puso en el marcador la diferencia que creyó conveniente. Pero en lo fundamental, en todo lo relacionado con el juego, la distancia fue sideral.

La expulsión de Roberto Carlos servirá como excusa en el Madrid, un equipo incapaz de admitir su responsabilidad en la crisis que vive. Instalado en una coartada perpetua, el Madrid se ha refugiado en un infantil sentimiento de persecución. Primero fue la prensa, luego el público, ahora un árbitro, mañana cualquier cosa que sirva para derivar la responsabilidad sobre terceros. La resistencia a asumir sus gravísimas carencias es un signo de inmadurez y falta de espíritu crítico No se puede esperar otra cosa de un equipo donde reina la insolidaridad y el vedetismo.

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A estas cuestiones de carácter moral, el Madrid añade unas deficiencias abrumadoras en su juego. En este aspecto, Hiddink incrementa los problemas de su equipo, desorientado por naturaleza. Hiddink ha sido incapaz de armar un equipo recitable, de configurar un sistema solvente, de instalar alguna fe en sus jugadores. Frente al Barcelona abundó en otro de sus defectos: eligió mal y envió un mensaje negativo a los jugadores. La designación de Sanchis como medio centro sólo podía interpretarse como una claudicante declaración de principios. Lo demás llegó en cadena: el Madrid fue víctima de su mandanga habitual, de la desorganización que preside todas sus líneas y de un entreguismo que comienza a ser endémico en el Camp Nou.

Frente al peor Madrid imaginable, el Barcelona actuó con una venenosa generosidad hacia su viejo enemigo. El Barça está engrasado para ganar la Liga. Ha resuelto a tiempo todos sus problemas anteriores. Frank de Boer interpreta sus dos papeles (el defensivo y el armador) con una precisión extraordinaria. Guardiola da sentido al juego del Barcelona y ejerce una autoridad indiscutible sobre el equipo. Luis Enrique aprovecha aquello que le caracteriza: la vitalidad y la llegada. Y por una vez, Van Gaal ha decidido actuar con prudencia y sensatez: lo que funciona no se toca.

Si en el Madrid todo resulta provisional y discutible, en el Barcelona no hay dudas. Se sabe su alineación, se sabe cómo juega, se sabe que tiene la Liga a un paso. En este orden de certezas, los jugadores también están convencidos de la distancia que separa el Barça de sus competidores. Con respecto al Madrid no tuvieron dudas. Le apearon del tratamiento y le ningunearon con una condesdencia humillante.

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