_
_
_
_
FÚTBOL: 22ª JORNADA DE LIGA

El Barça se apiada del Madrid

Los azulgrana se conformaron con la victoria, sin buscar la goleada que pedía la afición

Ramon Besa

Infalible, el Barça refrendó su jerarquía en el campeonato con un triunfo tan incuestionable que la diferencia de tres goles pareció poca, dada la distancia abismal que le sacó al Madrid. El Real resultó ser un equipo tan miserable que bendijo la goleada, y ésta no alcanzó el guarismo reclamado por la hinchada más por la benevolencia de su equipo que por la capacidad del rival. Desde una posición de comodidad y suficiencia, y respondiendo al tono caballeroso con el que se negoció la contienda, los azulgrana se mostraron corteses con el Madrid. Marcaron nada más empezar, sentenciaron pasada la media hora y se despidieron con un golazo de Rivaldo que evocó la época de Romario.

Una faena metódica, profesional e incluso más científica que humana. La afición se quedó fría ante la desigualdad del choque, la resignación del Madrid y el absentismo del Barça, que se dejó ir cuando se supo ganador. Le faltó algo de calor a un encuentro que respetó de principio a fin la salud de los dos equipos.

Más información
La peor humillación posible: el ninguneo

Es el Madrid una calamidad. Hacía mucho tiempo que no pasaba por el Camp Nou un equipo tan deprimente. Ya se sabía de sus males, y el Barça los agrandó. Por fácil, la victoria del Barça fue recibida sin el entusiasmo de otras veces, y puede que, por bondadosa, le haya perdonado el despido a Hiddink.

El Madrid se extravió desde que salió de la Ciudad Deportiva con el mapa de Hiddink. Nunca estuvo en el partido, sino que jugó muy desorientado, con cierta desidia, tan resignado como quien va al dentista. La alineación blanca ya fue un acto de rendición. El Real aceptaba desde la salida su manifesta inferioridad, cantada tanto por la tradición -quince años sin ganar y cinco sin marcar un gol- como por el momento de juego. No pensó en vencer sino en vivir a expensas de las circunstancias del partido; y una vez que su derrota era indiscutible, se trabajó una digna salida del campo. Rivaldo les chafó el adiós con un tercer gol de antología. Para entonces, el encuentro había quedado ya reducido a un ejercicio de trabajos forzados para el Madrid y a una actuación circense para el Barça. Relajados, los azulgrana se desfiguraron como gran equipo y se entregaron a la jarana. Fue una competición para ver quién era capaz de ligar la mejor jugada. El área dejó de ser un punto de llegada para convertirse en una sala de estar con Iván Campo de anfitrión. Le buscaban uno a uno todos los barcelonistas. Hasta Luis Enrique. En este contexto, sin embargo, nadie como Rivaldo para salirse del equipo y entretener a la gente. Tomó una y otra vez la pelota hasta que la metió dentro.

El gol sirvió para dar por acabada la jornada, cuyo interés duró muy poco tiempo. Desde un planteamiento muy cobarde, Hiddink había llamado a su plantilla a protagonizar una heroicidad. Montó el equipo de forma muy deficiente. Prescindió de Savio y dejó de atacar el flanco derecho del Barça, su punto más vulnerable; puso a un central reciclado de medio centro, como Sanchis, cediendo la iniciativa al rival; y no supo tapar ninguna de las dos bandas, pese a que situó a Jarni por delante de Roberto Carlos. La tarima defensiva no le duró ni cinco minutos. El Madrid cedió en el primer remate serio de los barcelonistas. Guardiola y Cocú trabajaron la jugada hasta dejar a Kluivert mano a mano con Iván Campo. El holandés mareó al central y puso el balón para la llegada de Luis Enrique, que se plantó solo, sin que Sanchis ni Roberto Carlos acudieran a tapar el centro.

Jugaba el Barça con una gran tensión competitiva, muy centrado, bien posicionado y dándole aire y velocidad a la pelota desde todas las líneas ante el tran-tran del Madrid, un equipo muy cansino, mal puesto, desvertebrado y de actitud depresiva. Frank de Boer estuvo impecable en la lectura del juego defensivo y a la hora de dar salida a la pelota; Guardiola dirigió igual de bien la recuperación que la elaboración; y Figo y Kluivert abrieron siempre a los centrales para la llegada de Luis Enrique. La actividad barcelonista fue febril hasta que Roberto Carlos se expulsó, con una acción más agresiva que antirreglamentaria, en una entrada a Figo que el árbitro juzgó de acuerdo con el sentir de la grada.

El Barça se abandonó y perdió dinámica de juego. Le bastó la anticipación para defenderse,aunque le faltó interés en ataque. Pero las concesiones del Madrid fueron tantas que se encontró un segundo gol como quien no quiere la cosa: Figo se abrió a la banda para recibir, obligó a Iván Campo a salir a taparle, le fijó, cedió para la llegada de Guardiola, y el capitán la puso para la llegada de Luis Enrique.

El Madrid dio al Barça espacio, tiempo, línea de pase y remate. Hiddink no hizo nada hasta el descanso por reorganizar a un equipo que era una calamidad. Tuvo sólo un momento para meterse en el partido. Fue cuando Raúl, en el primer remate del equipo, cabeceó a dos metros de la línea de gol y Hesp ofreció el cuerpo y sacó las manos con la rapidez de un portero de balonmano.

El descanso permitió al Madrid reorganizarse. Hiddink sacó al campo a Guti y a Savio, y el equipo fue otro. El centrocampista centró más al grupo y Savio se plantó dos veces ante portería. Estaba el colectivo blanco más a gusto en la cancha, era un grupo más racional y el Barça había perdido sentido de equipo. Rivaldo cogió la pelota y, como de costumbre, jugó su partido. El brasileño es el problema y, al mismo tiempo, la solución. Cuando no hay manera de meter un gol, no queda otro remedio que entregarse a Rivaldo. Pero el brasileño no atiende para nada las reglas del juego si se trata de repartirse la pelota. Hasta cinco ocasiones de superioridad numérica desperdició el ataque local ante la defensa forastera.

Rivaldo se redimió con un tercer gol de mucho mérito, pero el Barça fue más equipo en el primer tramo de partido que en el último. La hinchada lo celebró con jolgorio tanto por su belleza como por romper la somnolencia en la que había caído el juego azulgrana. Hubo un largo rato en que pareció que el Barça se reservaba, como si jugara por jugar, para cumplimentar la faena de una manera funcionarial, y la afición quedó algo mosqueada.

El respiro le vino bien al Madrid, que pudo cerrar el partido con una derrota menos dolorosa de lo que se presumía. La expulsión de Roberto Carlos le sirvió, además, para disculparse de su actuación sin necesidad de romper la ley del silencio.

El Madrid es hoy un equipo mudo. No tiene nada que decir. Perdido en la cuneta de la Liga, aguarda con desespero que se reanude la Copa de Europa. Gusta de los partidos de ida y vuelta, de jugar presionado, necesitado. Parecía el de ayer uno de esos partidos. Pero su desplome frente al Barça fue estruendoso. Los azulgrana fueron un equipo inaccesible. Muy armado futbolísticamente, el grupo de Van Gaal ha tomado vuelo (suma ocho victorias consecutivas) y responde al papel de favorito al título.

Entregado el Madrid, la Liga depende del Barça, un equipo infalible, aunque no insaciable. Y es que ayer dio la sensación de que se había apiadado del Madrid. El gran mérito de este equipo fue hacer creer que un 3-0 al Madrid era un resultado corto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_