El vitalismo de Picasso
JOSÉ LUIS MERINO Hasta el 27 de este mes permanecerá abierta al público la exposición de grabados de Picasso que el Banco Bilbao Vizcaya ha colgado en sus locales de la plaza de San Nicolás de Bilbao. Con el nombre de Suite 156, Picasso trazó sobre 156 planchas de cobre un mundo lleno de vitalismo y libertad. Tenía noventa años. Dos años después moría, el 8 de abril de 1973. De vuelta de todo, el artista malagueño dio rienda suelta a su imaginación. Apoyado sobre sus temas predilectos, como el artista y la modelo, el circo, las mujeres monstruosas y monumentales, Picasso hace correr por las planchas un amplio destape de pubis y esfínteres. Nada le impide mostrar una procacidad divertida, juguetona, libérrima. Para mayor atrevimiento, una treintena de aguafuertes llevan como tema al pintor Degas ejerciendo de "mirón" en otros tantos burdeles. Picasso se sirve de Degas para trocarse en el mirón del mirón. A su edad nada iba a importarle... Tan poco le importaba la opinión de los demás que ni siquiera cuida de hacer el trazo bonito, anatómicamente bien delineado. Nada de eso. El trazo es su respiración natural. La mano discurre libre, sin aprioris. La plancha de cobre es su territorio en el que puede volcar su pasión. Todo lo que aprendió en su larga vida, ahora acude a la mano sin que entre en función control alguno. El trazo va como andando por el cobre en un conmovido canto a la grafía en libertad. Parece como si el filósofo Wittgenstein hubiera pensado en Picasso cuando señalaba: "Genio es lo que nos hace olvidar la destreza". A lo largo y ancho de su vida de artista, Picasso se inspiró en obras de otros artistas. Ellos son Cranach, Altdorfer, El Greco, Rembrandt, Poussin, Goya, Delacroix, Velázquez, Courbert, Manet, entre otros. También en esta Suite 156 ocurre algo parecido. Pero es preciso puntualizar que va hacia ellos y con el mismo sentido de libertad se libera de ellos tan pronto su facultad creadora ha sido estimulada por el experimento. Picasso buscaba en ese trasvase la manera de abrirse un camino para "pasar al otro lado", esto es: impone su interpretación personal, mejor diríamos, personalísima, a todo lo que toma de otros. En relación a los estudiosos del arte, hay que recordarles las concomintancias entre algunos grabados de esta Suite 156 con los que figuran en Las metamorfosis de Ovidio, de 1931 y la Suite Vollard, de 1930-1937. De todos modos, en la Suite 156 el desparpajo y libertad de la grafía es total. Como nunca Picasso había sido tan despreocupado por la forma. El juego del inacabamiento se impone a todo lo demás. Fiel a sí mismo, el artista va sacando rostros monstruosos, descomunales, tipos y tipas que llevan en sus caras otras caras. Y viene a la memoria aquella divertida metáfora de Jean Cocteau, según la cual las obras de Picasso parecían tan feas, porque va más deprisa que la belleza. Respecto a la técnica del grabado, ahí Picasso da un recital. Es un consumado creador. Domina todos los resquicios imaginables, las aguatintas, los bruñidos, la punta seca, las mordidas, las pulsiones fuertes y las menos fuertes. Para dar una idea del magisterio de Picasso en este sentido, anotemos que el marchante Ambroise Vollard pagó al artista una parte de las planchas de la Suite Vollard, dedicada al propio marchante, con cuadros de Renoir y Cézanne, allá por los años treinta. Por todo lo dicho, sólo resta recomendar vivamente esta muestra tan vital y desparpajante. Uno sale de ver a este Picasso pícaro, sabio, divertido con la sonrisa en la boca y la admiración dentro del cuerpo. Uno recorre el nombre de Picasso y va a los grandes trancos como por el mundo.
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