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Vitoria conserva sus ritos

La afición del Tau fue fiel y arropó de nuevo al campeón de Copa en Vitoria

El rito de la Virgen Blanca volvió a celebrarse. Esa plaza vitoriana es lo que la Cibeles al Real Madrid o Canaletas al Barça, y va a un ritmo de una aglomeración anual por asuntos deportivos. La última se produjo en mayo de 1998, con el ascenso del Alavés. Ayer, el Baskonia congregó a varios miles de fieles (rondaban los 15.000, según la Policía Local) en el espectáculo más fastuoso de los últimos años, en medio de un montaje repleto de grúas de televisión, y con 60.000 vatios de luz y sonido, además de fuegos artificiales.La reiteración de los recibimientos y la fidelidad de los vitorianos con sus equipos no deja de tener su mérito. Porque no hay nada como la primera final, o el primer título. La emoción de un deportista -y por extensión, un aficionado- cuando obtiene ese primer gran premio en su vida no es comparable a ninguna otra sensación deportiva. Hasta los campeones más superlativos recuerdan con predilección en su memoria ese primer gran momento. En el Baskonia, ese sentimiento caló hace cinco años, con las finales de Copa en Sevilla y de la Recopa en Lausana. Hay muchos clubes que logran alguna vez en su historia ese hito. Pero más difícil es repetirlo. El Tau está haciendo de esa proeza una costumbre. Y, pese a todo, mantiene una extraordinaria ilusión por insistir en jugar finales.

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La fiesta de Valencia comenzó en la misma Font de Sant Lluís, con un millar de seguidores baskonistas: 750 de Vitoria y el resto de Castellón (sede del patrocinador, Taulell, que envió a una buena parte de sus trabajadores). Hasta medianoche se sucedieron las celebraciones en las gradas, en la puerta del pabellón y a pie del autobús de la plantilla. Allí los jugadores se camuflaron entre la multitud -sólo les fallaba la altura para pasar desapercibidos- hasta acabar totalmente manoseados. A Sergio Scariolo, el impoluto entrenador baskonista, lo mantearon, le colocaron una peluca, un saxofón, gorros, e incluso lo despeinaron... Y aguantó el chaparrón con entereza.

Tanto se alargó el asunto que llegaron tarde a cenar y tuvieron que cambiar los planes. El equipo tenía previsto coger el vuelo chárter a la una y media, para seguir la celebración nocturna en Vitoria. Pero llegó un cuarto de hora tarde a Manises y los controladores ya no operaban. Así que no hubo otro remedio que volver atrás y entrar, en contra de lo anunciado, en la discoteca 69 Monos, donde la ACB tenía preparada una traca final en homenaje a los campeones. Ahí el bloque compacto de Scariolo se disgregó por primera vez desde las 20.30 de la tarde: en la sala de fiestas cada uno jugó su partido. Y muchos aguantaron varias prórrogas hasta que, esta vez sí, el avión de ERA pudo despegar del aeropuerto. Llegó a Foronda a mediodía.

Pero el baño de masas se produjo al calor -o mejor, al frío, a poco más de cero grados- de la noche de ayer. En la plaza de la Virgen Blanca esperaban 15.000 personas al campeón de Copa, cuyos componentes tuvieron un repentino cambio de imagen. La mayoría de ellos se pintaron el pelo de colores: el capitán, Jordi Millera, de naranja valenciano; Rusconi, de azul azzurro; Lucio Angulo, con estrambótica una peluca negra. Elmer Bennett, ganador del trofeo al mejor jugador de la Copa, no les imitó. Está calvo.

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