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De la "sustansia" al "güiston"

Cuando Málaga exportaba al mundo nombres como Cánovas del Castillo, Emilio Prados o la majaraní de Khapurtala, Anita Delgado, el pueblo tenía tan poco dinero como hambre y necesidades básicas de intercambio. Así que debía buscarse la vida con ingenio para comer y vender la mercancía. Entonces -desde finales del siglo pasado al fin de la posguerra- se carecía de los medios publicitarios actuales y la mercadotecnia consistía en un mero pregón que se defendía a fuerza de ángel y pulmones. Eran años en los que las plazas y calles no se aturrullaban con ruidos de automóvil, de tal manera que cuando el tío de los molletes entonaba su salmodia todos se daban por enterados y comenzaban la danza del fenicio. Aquellos pregones, que se movían entre el surrealismo, la miseria, la oratoria peregrina y la austeridad, marcaron la memoria de muchos niños que ya no lo son: la imagen de su ciudad pasando hambre es un recuerdo de pregoneros y orates ordenando las horas del día. Uno de estos niños es el escritor malagueño Diego Ceano, quien acaba de fijar estos recuerdos, ampliados con la memoria de viejos paisanos y archivos, en el libro Historias y curiosidades de los pregoneros malagueños (editorial Arguval). Ceano se define como "cotilla de la Historia" y, a su manera, es un autor de éxito: best-sellers locales ("14 libros muy bien vendidos", dice) y populares, donde los militares, ministros y terroristas que protagonizan la Historia de manual pasan a ser en los suyos camareros, putas, afiladores y, ahora, pregoneros. "Lo de Málaga cantaora, no se refería tanto a las soleares de Juan Breva [que también pregonaba ese mismo fruto por las calles de El Palo] sino a los pregones que se escuchaban por las calles", recuerda Ceano, quien destaca uno favorito entre todos los que se rastrean en el libro: el del Tío de la sustansia. El Tío de la sustansia parecía una alegoría barroca de la hambruna. Escuálido, aparecía por los barrios populares con un reloj-despertador amarrado al cuello y un hueso de jamón. Y gritaba: "¡La sustansia!". Su oferta: alquilar por tiempo el hueso de jamón en un perol de agua hirviendo para dar sabor (sustancia) al misérrimo caldo. En minimalismo tampoco tenía parangón el Tío de las Perchas, que pregonaba sus productos con un escueto "¡Peeerch...!". Todos los pregoneros eran "el tío" o "la mujer" de lo que pregonaban. Algunos descubrían valores polivalentes en su producto. Así, la sandía se anunciaba con un "niñas, se come, se bebe y se lava uno la cara". Y después estaban los pregones líricos: "Flores, flores bonitas y hermosas, mis claveles reventones, de pitiminí mis rosas, que alegran los corazones, que alegran los corazones", cantaba el Tío de las flores a ritmo de malagueña o fandango. Algunos, como el Tío de las aceitunas, daban sorpresa si se le compraban diez céntimos de lo suyo, y cantaba con un "¡Aceitunas sevillanas y olé, son mu güenas de comé, a quien me compre una gorda, yo también le bailaré!". Cosa que hacía a diario. En algún caso, había que esforzarse para saber qué escondía la cantinela. Como en "Aseo pa el pirulo", que no era otra cosa que unos tapones de croché para cubrir el pitorro del botijo o pirulo. Aunque ya es costumbre que mengua, aún hay quien mantiene la tradición. Ceano asegura que en breve tendrá nuevo material. Y recuerda uno de sus publicistas actuales: el Güis. Tocado de sombrero vaquero, vende tabaco diciendo: "Lo llevo duro, lo llevo blando, lo llevo negro y chorreando". Un poeta.

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