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Doblajes

Miguel Ángel Villena

MIGUEL ÁNGEL VILLENA Hace una década nuestros actores se frotaban las manos ante las perspectivas de doblajes y, por tanto, de trabajo que ofrecían la puesta en marcha de la televisión autonómica y las entonces previsibles versiones en valenciano de algunas películas en las salas de cine. Debo reconocer que de la ingenuidad de las gentes del espectáculo participábamos unos cuantos miles de incrédulos de otros gremios, persuadidos de que el bilingüismo llegaría a ser efectivo más allá de la Constitución o de los estatutos de autonomía. No sabíamos hasta qué punto el bilingüismo se percibe en España más como una pesada cruz que como una riqueza cultural e idiomática. Por ceñirnos al cine en una semana en que Jordi Pujol prosigue su batalla por lograr cuotas de doblajes en catalán en las pantallas, habrá que recordar que la inmensa mayoría de valencianos, catalanes, mallorquines, gallegos y vascos no tiene prácticamente ninguna posibilidad de ver películas en uno de los dos idiomas oficiales en sus respectivas comunidades. Esta constatación viene a cuento de las ya eternas demagogias sobre la discriminación del castellano en algunas zonas de España. Cuando casi todos los periódicos y revistas se escriben en la ilustre lengua de Cervantes, cuando el predominio de la producción editorial en castellano en las regiones bilingües resulta aplastante o, sobre todo, cuando un relevante porcentaje de funcionarios todavía se muestra incapaz de entender idiomas que hablan ciudadanos a los que se supone que sirven, las alusiones al retroceso del español suenan a sarcasmo. Lo más increíble del caso es que al citar los ejemplos de Suiza, de Bélgica o de Canadá, países donde pese a inevitables conflictos se asegura el respeto a las minorías lingüísticas, todos los alarmados por la marginación del castellano exclaman: "¡Pero no se puede comparar el inglés, el francés o el alemán con el catalán o con el gallego!" Es decir, que los derechos lingüísticos sólo se pueden reclamar si los exigen muchos millones de hablantes. Un curioso modo de defender los derechos de las minorías.

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