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Los toros

Estamos a vueltas con los toros. Sólo en la Comunidad de Madrid pues al resto más bien les trae sin cuidado. Incluida Cataluña, donde la Generalitat ha prohibido que los niños asistan a las corridas y esa medida no va a servir para nada.Cantar la Generalitat, ya estaba haciéndola coro el llamado Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, que planteó seguir aquí el ejemplo. Y se armó buena. Dicen que fueron los partidarios de la corridas de toros, los beneficiarios de los intereses que genera este espectáculo. Y no es cierto. Alguna asociación taurina emitió un breve comunicado, algún aficionado dio su opinión. Pero no se produjo ninguna salida de tono ni movimiento de protesta.

Las alegaciones tremendistas, las soflamas, las condenas, los insultos, vinieron de quienes están contra la fiesta. Como siempre, desde hace siglos. Pío V decretó una bula terrorífica excomulgando a todo bicho viviente que asomara a una plaza de toros (excluido el toro) y tiempo después otro papa hubo de dictar un breve aclarando que no había para tanto. El poder civil, en cambio, se estuvo quieto, sobre todo si era de izquierdas, y únicamente cuando mandaban las derechas -algunas- atacó la fiesta. La dictablanda de Primo de Rivera prohibió la asistencia de los niños y la dictadura de Franco reavivó el decreto prohibicionista, que había caído en desuso pues nadie le hacía caso.

Los niños que van a los toros ni sufren traumas ni se convierten en asesinos. Nunca se observó que durante las prohibiciones los niños mejoraran su estabilidad emocional. Tampoco al llegar a adultos. Se compara -por ejemplo- a los que de pequeños iban al fútbol con los que iban a los toros y no habría manera de apreciar las diferencias. Los comportamientos del público en ambos espectáculos tampoco revelan nada aunque sí es cierto que en los toros no han de ir los antidisturbios a contener a la afición. Las broncas en las corridas de toros surgen precisamente cuando algún lidiador se excede en las suertes cruentas. Es una realidad contraria al discurso de los enemigos de la fiesta, que la definen como una infamia colectiva donde la gente se refocila con la tortura de las reses viéndolas chorrear sangre bramando de dolor. Todo es según se cuente, claro. Recuerdan estas versiones a las que utilizaban los clérigos apocalípticos de tiempos pasados, un día para condenar la fiesta otro la concupiscencia. Y en sus furiosas diatribas contra la fornicación clamaban al cielo describiendo el revolcón de unos cuerpos sudorosos que consumaban el pecado entre gritos y estertores.

De cualquier modo es igual, y quienes conocen las fiesta ni se molestan en discutir nada. Aquí el único problema es que el llamado Defensor del Menor pretenda inmiscuirse en la educación de los hijos en función de un perjuicio psicológico inexistente y de una alarma social que no se ha producido. Y alegando, además, que por encima del derecho de los padres a educar a sus hijos está el Estado.

Hasta ahí podríamos llegar. El colmo sería que vinieran Pujol, y Ruiz Gallardón, y los restantes políticos, y el llamado Defensor del Menor a poner trabas a los padres, que son quienes mejor conocen -y más quieren- a sus hijos. Eso es lo que provocó la protesta del presidente del Partido Popular en Madrid, Pío García-Escudero, a quien ahora pretenden denigrar reprochándole una defensa a ultranza de la fiesta que no hizo en ningún momento. Pío García-Escudero empleó una argumentación precisa, seria y contundente para desmontar esa demagógica irresponsabilidad del llamado Defensor del Menor, que parece ignorar lo que es el menor y el derecho que le asiste a ser educado por sus padres. Con un defensor así los niños no necesitan enemigos. Mientras plantea la frivolidad de si debe prohibirse que un padre lleve a su hijo a los toros por el albur de que alguno se pueda impresionar, ahí están, sufriendo verdaderas impresiones traumáticas, montones de niños, víctimas de abusos, o prostituidos, o forzados a mendigar. Ahí esos miles de niños de los poblados marginales que asisten cada día al mercadeo de la droga; familiarizados con las piltrafas humanas que se llegan a comprarla; presentes en el negocio criminal de quienes la venden, que quizá sean sus propios padres.

Plantear el irrelevante asunto de los niños y los toros en tanto hay niños inmersos en la delincuencia y en la miseria sin que nadie les ampare no sólo es una estupidez: es un menosprecio a la dignidad humana.

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