Poder absoluto en todas las facetas

En la naturaleza de Michael Jordan ha prevalecido el dominio absoluto de todas aquellas actividades relacionadas con su profesión. No sólo ha sido el mejor, sino que ha utilizado su poder en todas las áreas que han afectado a su formidable carrera.Como jugador, Jordan definió sus características a su conveniencia. Antes que a nadie se dominó a sí mismo, hasta el punto de configurar sucesivos Jordans a lo largo de sus 18 años en la cumbre del deporte. En Carolina del Norte fue un maravilloso atleta con dos cualidades añadidas: la inteligencia para incorporar los conceptos de Dean Smith, su legendario entrenador, y el instinto ganador que nunca le abandonaría. En su primer año en Carolina del Norte, concedió el título universitario a su equipo con un tiro en los últimos segundos.
Aquel Jordan salió de la universidad con un prestigio inmenso, pero con algunas sospechas sobre su juego (fue tercero en la elección de jugadores para la NBA en 1984). Decían que le faltaba tiro, lacra muy considerable en un escolta. Pero en otra prueba de dominio, terminó por convertirse en un tirador fabuloso, uno que ganó partidos, finales y títulos con lanzamientos impensables en las circunstancias más difíciles. En su momento de mayor esplendor físico, algunos especialistas tuvieron la osadía de considerarle un perdedor. Eran los años de Magic Johnson y Kareem Abdul Jabbar con los Lakers; de Larry Bird y Kevin McHale en los Celtics; de los terribles Pistons. Se ponía en duda su capacidad para integrar sus enormes condiciones en las necesidades del equipo. Otra equivocación.
Jordan no sólo hizo mejor a su equipo, sino que lo condujo a cotas excelsas. Contra el criterio dominante, que coloca en un lugar prevalente a los pivotes y aleros altos, los Bulls conquistaron seis títulos de la NBA conducidos por un escolta. Resultó que el jugador más espectacular de la Liga, el autor de maravillosas proezas individuales, el sempiterno máximo anotador, también ejercía su dominio en los aspectos colectivos.
Desmontados los prejuicios sobre su presunto egoísmo y sobre aquellas primeras carencias en el tiro, Jordan extendió su poder sobre el juego. Defendía, reboteaba, taponaba, pasaba y tiraba como ningún otro. Y sobre todo, lo hacía en los momentos decisivos, cuando lo que se decidía era la victoria. En ese aspecto, ningún jugador ha resultado más trascendental.
Pero lo más asombroso de Jordan fue su capacidad para modificarse como jugador y mantener su autoridad sobre las nuevas generaciones de la NBA. Si antes de su primera retirada Jordan era un imparable atleta en ebullición, su regreso significó un cambió notable en su estilo. Decidió dominar a sus adversarios desde la inteligencia. Sus movimientos se hicieron más económicos; sus explosiones, menos frecuentes. Un Jordan distinto, pero apasionante, quizá más valioso por la sabiduría que ha demostrado en la conquista de los tres últimos campeonatos.
Y queda otra muestra definitiva sobre su capacidad de poder: la industria. En una época donde las estrellas del deporte son parte muy visible, pero subsidiarias, del mercado que se mueve a su alrededor, Jordan ha ejercido una autoridad incuestionable. Al contrario que Maradona o Ronaldo, dos grandiosos deportistas oprimidos por el peso de los negocios que ellos mismos han generado, Jordan decidió que también estaba en condiciones de utilizar el poder sobre la industria. Como en las canchas de juego, estableció su dominio en los despachos y especialmente en su relación con Nike. En realidad, en eso ha consistido su fascinante carrera: en un ejercicio de poder, el más absoluto y brillante que ha conocido la historia del deporte
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