Duelo de actrices
Una, rubia y maquillada. Otra, castaña y con la cara lavada. María Jesús Valdés y Julieta Serrano conservan la coquetería de las grandes señoras y actrices que son y han sido. Resfriadas ambas, aseguran que hoy, cuando suban al escenario del teatro Joventut, en l"Hospitalet, para iniciar la gira española de La Casa de Bernarda Alba, dirigida por Calixto Bieito, serán esa Bernarda, la ama dictadora, y esa Poncia, la criada resentida, que reparten y reciben puñales en forma de gestos y de palabras escritas por Federico García Lorca en 1936. Dicen los que han visto la pieza que su duelo interpretativo es de miedo. Son dos señoras muy distintas que, sin embargo, responden al alimón a las preguntas de los periodistas. Donde empieza una, termina la otra. Y viceversa, sin tensiones ni protagonismos. Coinciden, detrás del escenario, en desmitificar la cantinela que atribuye a los grupos de mujeres la etiqueta de olla de grillos. El reparto de la Bernarda es íntegramente femenino y, ahora que el director las ha dejado volar solas durante la gira, aseguran que no echan de menos una presencia masculina. Eso sí, conservan un recuerdo entusiasmado para Bieito: "Es increíble la cantidad de horas que puede trabajar". Más al grano, Jordi González, representante de la productora del espectáculo, Focus, dice: "Bieito es un genio: se los va a comer a todos". La cosa va bien, y la gira, si continúa al mismo ritmo que en Madrid, donde estuvo cinco semanas en un teatro de prestigio como el María Guerrero y cosechó un gran éxito de crítica y público, se prevé fructífera. En abril estrenarán en Barcelona, en el Tívoli, donde permanecerán, en principio, otras cinco semanas. Ante su eventual prórroga, las dos actrices ponen cara de interrogante. Y González subraya: "Con lo difícil que es mantener un gran reparto como es éste, la disposición de las actrices dice mucho de ellas". La relación de las dos actrices con Lorca difiere. Serrano ha hecho ya tres Bernardas, transitando antes por las pieles de Adela y Martirio, dos de las hijas de la matriarca. Ahora, se muestra pletórica por haber podido dar vida a Poncia, un papel que es un "bombón" y que codiciaba desde su segunda intervención en la obra, en 1976. Valdés, por su parte, se enfrenta con el autor por primera vez. Abandonó su carrera a mediados de los cincuenta para dedicarse a su familia y no volvió a la escena hasta 1991. Nunca se había imaginado en la piel de un personaje tan oscuro, por dentro y por fuera. Ella, afable, dulce, hace una Bernarda humana y femenina. Bieito la quiso así y ella asiente: "Yo la he acabado viendo así, también". Subrayan las dos la calidad del texto lorquiano, la última pieza teatral de su corta vida. En él, el poeta de Granada "demuestra una madurez impropia de su edad", exclama Serrano. "Hemos hecho una Bernarda muy moderna", afirman al unísono. La música, en la que ha intervenido Carles Santos, ha querido alejarse del sonido popular y costumbrista de la España negra. El espacio en blanco y negro, diseñado por Alfons Flores, guarda una presencia onírica en forma de trapecista desnuda que se cierne sobre las intérpretes como símbolo del destino truncado de las hijas de esa represora que es Bernarda. ¿Existiría hoy una Bernarda? "Sí, existe en el mundo". Para Serrano, la esencia de la historia de Lorca se podría encontrar en las historias personales de las mujeres maltratadas. Para Valdés, en el reciente bombardeo estadounidense a Irak. Todos ellos, temas que preocupan al público. "En Madrid, el auditorio, sobre todo los más jóvenes, escuchaban absortos como si estuvieran en misa". Una misa oficiada por dos señoras que remachan: "A Lorca le hubiera encantado esta Bernarda moderna porque era un hombre que iba más allá de su tiempo".
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