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Bienes inmateriales

J. M. CABALLERO BONALD La Unesco gusta de la filantropía y no escatima la concesión de honores. Tras otorgar los títulos de Patrimonio de la Humanidad a enclaves naturales y conjuntos urbanos de palmaria excelencia, va a ampliar su catálogo de reconocimientos con una figura de lo más curiosa: la de "bienes inmateriales", que ya es hilar delgado. Así, a primera vista, eso de "bienes inmateriales" lo mismo puede atribuirse a una riqueza etérea que a un valor metafísico. O sea, que lo de inmaterial quizá consista a este respecto en un galardón sutil. Ya había denotado la Unesco cierta llamativa tendencia a los premios de rango intangible, como fue -por ejemplo- el de distinguir a la plaza Xemáa el Fnaá de Marrakech con el singular apelativo de Patrimonio Oral de la Humanidad. Un adjetivo éste -el de oral- muy divulgado últimamente, aunque en este caso remita a fuentes verbales de reconocida profundidad o, lo que es lo mismo, a una tradición oral vinculada a culturas venerables. De acuerdo. Tengo entendido que la romería del Rocío va a ser de las primeras instituciones que elija la Unesco para el meritorio título de "bien inmaterial de la Humanidad". La verdad es que no sé muy bien qué vínculos pueden establecerse entre los jolgorios rocieros y los bienes inmateriales, a no ser el del peculiar culto de hiperdulía, pero no creo que la cosa vaya por ahí. Si se trata de premiar el espíritu del Rocío, a lo mejor lo de inmaterial puede tener algún sentido. Lo que pasa es que el espíritu del Rocío suele quedarse en las trastiendas sucintas de la intimidad, mientras la multitud practica la exaltación, el arrebato, los paroxismos a campo través. De modo que si hay algo incorpóreo tampoco se alcanza a apreciar por ninguna parte. La Unesco cuenta, de entrada, con una estimable garantía de eficiencia cultural, una vez que Estados Unidos abandonó consecuentemente hace años ese organismo. En cualquier caso, habrá que confiar en que no haya andaluces de tiempo completo entre los asesores de esa institución para asuntos inmateriales. Lo digo porque, una vez que el Rocío obtenga el título de referencia, van a ir optando al mismo las más peregrinas entidades andaluzas transidas de espiritualidad, que no son pocas. Y eso sería de veras agobiante, no sólo por la generosidad manifiesta de la empresa patrocinadora sino por las copiosas candidaturas a esos laureles de tipo vaporoso que iban a irse amontonando en los antedespachos correspondientes. A los que no somos adictos a las devociones rocieras y demás festejos pagano-religiosos andaluces, la iniciativa de la Unesco en relación con los bienes inmateriales a lo mejor nos proporciona de rechazo algún respiro. Sobre todo si ese nombramiento lleva implícito el compromiso de no tildar de desalmados a quienes no comparten los fervores y júbilos del Rocío. Eso sería realmente como un premio adicional con destino a andaluces desafectos. De todos modos, siempre será preferible que este crucial 1999 nos tenga reservada una recompensa que no tenga nada de inmaterial.

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