Nagore barre a Eugi de la pista y se coloca la "txapela" del Cuatro y Medio
El mundo de la pelota discute la necesidad de servirse de entrenamientos científicos
La final del torneo del Cuatro y Medio resultó tan violenta para Eugi como la del Manomanista. Igual que ante Beloki, el pelotari de Aoiz vivió con Nagore una mañana de pesadilla, dominado siempre en el marcador, aferrado en la cuerda floja a su voluntad, recurso inútil ante lo irremediable: Nagore decidía, Eugi asumía sin margen para digerir. Todo empezó y acabó en el saque de Nagore, trallazos imposibles de reconducir dignamente, ejercicios de puntería que enseguida minaron la concentración de un Eugi que nunca encontró en su repertorio soluciones a la altura de las circunstancias. Y las circunstancias nunca llegaron a alterarse lo suficiente como para que el pelotari de Aspe pudiera colar la mano en el optimismo. Nagore sacaba y ganaba, de paso, medio tanto. Eso cuando no ganaba el tanto directamente (obtuvo siete puntos de esa forma). Eugi, mutilado desde su respuesta, apenas lograba defenderse, mucho menos tararear el ritmo. Hasta el decimoprimer tanto del encuentro, Nagore dominó todos los intercambios. Entonces, Eugi recuperó el saque, saltó del 1-9 al 5-9 con esfuerzo y regresó a su condición de dominado. Zarandeado por las andanadas lanzadas desde la línea de saque por Nagore, Eugi acabó diluyendo su paciencia (alimentada por la fe en el error ajeno) a la carrera, persiguiendo pelotas que nacían envenenadas y crecían ajenas a su control. Nagore, tan violento en la puesta en acción como en su planteamiento de la final (destruir sin dilación desde el dominio de su saque) colocó además dos escapadas que helaron las esperanzas del de Aoiz. Sin embargo, con el saque en su mano, Eugi no supo hacerse violencia para servirse de su superioridad en el peloteo, la única forma de saltarse la rutina del saque-tanto-saque-tanto escrita por Nagore. Con 11-17 en el marcador, y tras un intercambio sostenido, la fortuna regaló un tanto al futuro campéon. Ahí se quebró la motivación de Eugi, incapaz de ofrecer replica alguna a la sentencia (11-22). MÁS INFORMACIÓN EN PÁGINA 8
Artistas, deportistas y feriantes
"La pelota es un arte", dice Julián Retegui, el portavoz más cualificado de la disciplina. "La pelota es un deporte en el que el cuidado de la faceta física concede ventajas contrastadas", contestan los últimas promociones de licenciados en Educación Física, los amigos del llamado entrenamiento científico. El equilibrio pasa por un acercamiento entre las partes, un paso lastrado tanto por la historia como por el perfil de un juego que se vanagloria del calificativo de "ancestral". El artista se refugia en su don, en lo que sabe hacer sin más esfuerzo que el recurso a una memoria implantada casi al azar en sus genes. El artista, saciado con su tesoro natural suele inclinarse por el desprecio hacia el trabajo que pule y abrillanta lo evidente. De esta forma, el inmovilismo se convierte en meta; la evolución, limitada por la pereza de la soberbia, se adivina imposible. Puede tratarse también de un problema de resistencia al análisis y a las modificaciones, un contrasentido cuando el deporte marcha al paso del renovarse o morir. El juego de la pelota, ejercicio de arte para la mayoría de sus actores, esboza una mueca de desagrado cuando se le recuerda su relación con el deporte. Y sin embargo, los pelotaris corren, saltan y sudan para ganar, algo consustancial al deporte. La discusión, agria cuando se enfrentan tradición y modernidad, se enquista con facilidad. "Por mucho que uno corra, si no acierta a darle a la pelota poco tiene que hacer", dicen muchos. Un deportista sin condiciones físicas puede convertir su carrera en una molesta cojera, a menos que su genialidad supla ventajosamente sus carencias pulmonares, su debilidad. En este punto coinciden casi todos los defensores de la tradición, poco preocupados por alcanzar a través de los avances aplicados a otras disciplinas algo parecido a la perfección en el rendimiento del pelotari. Retegui no cree conveniente la aplicación sistemática a su deporte de las técnicas de entrenamiento empleadas en el atletismo o el ciclismo: "Todavía podemos descansar durante el partido, así que la diferencia no se hace por cansancio", dice. La pereza ha mantenido hasta ahora el statu quo en el mundillo de la pelota. La impermeabilidad a los cambios conoce, sin embargo, algunas fisuras. Está la televisión, escaparate de un deporte que no hace tanto sobrevivía en la sombra. El medio audiovisual tiene tanto de redentor como de esclavista: vende el juego como un espectáculo y obliga a sus actores a generar entusiasmo. A los pelotaris no les basta con realizar bellas dejadas al hueco. El público les exige profesionalidad, imagen. Si Retegui entendió el juego de la pelota, su picardía, "en partidos contra los viejos del lugar", las nuevas generaciones se entrenan siguiendo un programa que comparten las federaciones vascas. Y en estos planes destaca el trabajo de resistencia, allí donde antes primaba el aprendizaje del arte, quizás porque los que se inclinaban por este deporte trabajaban de forma natural su aguante (Retegui fue leñador). La pelota tiene algo que agradecer al plan ADO. Los Juegos de Barcelona, donde Beloki o Eugi compitieron después de probar modernas técnicas de entrenamiento, estrecharon como nunca antes el foso entre plástica y sudor. Hoy en día, la mayoría de los manistas profesionales respetan a conciencia la cara menos noble de su disciplina, sin caer por ello en el culto al entrenamiento. No todavía. El respaldo empresarial de la pelota y la bipolarización posterior de la misma ha disparado el volumen de compromisos. Si el desgaste físico es proporcional al número de partidos jugados, el pelotari no tiene, en opinión de Retegui, "más remedio que fijarse objetivos". La falta de un calendario cerrado (hay que contar con las exhibiciones y torneos no oficiales) anula los ciclos lógicos del deportista: preparación, competición y descanso. Por Asegarce, Armendariz es el pelotari que más encuentros ha disputado este año: 90; Beloki, 45, mientras que Titín (Aspe) se queda en 70 encuentros. "Berasaluce IV jugaba cerca de 110 partidos", responde Retegui, quien recomienda el sentido común y el autocontrol para no "quemarse". Difícil cuando median fijos económicos de salida, o cuando las empresas buscan rentabilizar su inversión en las canchas. Esta anarquía en la competición convierte, a juicio de los técnicos, a algunos pelotaris en "feriantes". Otro anacronismo a las puertas del siglo XXI.
Retegui II arruina su mito
Retegui II, eternamente señalado como modelo de profesionalidad, responsable primero de su longevidad deportiva y de su portentosa condición física, arruina el mito construido a sus espaldas: "Entreno prácticamente igual que hace 25 años. Ahora hago pesas de vez en cuando, pero creo que nunca las hubiera hecho de no ser por mi lesión de rodilla que me empujó al gimnasio. Sigo paseando por el monte, corriendo, comiendo mucha carne aunque sepa que no puedo permitirme engordar. Lo único que he defendido son los estiramientos, fundamentales".
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