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Solidaridad

La solidaridad es, entre otras cosas, una virtud que, por desgracia, tiene que traducirse casi siempre en hechos, hechos económicos. Las proclamas podrán ser encendidas y admirables, pero, si no siguen los hechos, la declaración puede apuntar los caminos del cinismo o de la pura idiotez.Las unidades políticas, por amplias y flexibles que sean, por muchos y variados territorios que comprendan, requieren, para su subsistencia como tales unidades políticas, un sentir solidario que se haga efectivo en hechos. La conciencia de pertenecer a una unidad política territorial supone que las personas vinculadas a los distintos territorios se consideren mutuamente como pertenecientes a esa unidad; y esto supone que unos se interesen por los problemas de los otros. Por lo demás, si entre las diversas partes las diferencias, por ejemplo económicas, son abismales, difícilmente aparecerá o se mantendrá esa conciencia de unidad; y sin esa conciencia la unidad, sencillamente, desaparecerá o no llegará a existir.

Es cierto que un poder superior puede mantener la unidad de lo heterogéneo, pero será unidad por poder, que durará cuanto dure la fuerza suficiente; por poner ejemplos históricos ilustres, ahí estuvo la unidad de España y Portugal en la época de Felipe II y cómo se deshizo en tiempos de su nieto Felipe IV; la de Austria y Hungría, y tantas y tantas otras. Pero la Unión Europea tiene raíz y esencia democráticas; a ella se pertenece porque se quiere pertenecer; y, aunque las ventajas económicas de esa pertenencia sean suficiente atractivo, la permanencia del sistema requiere algo más: la visión amplia de las distintas partes para comprender que incluso el interés tiene contrapartidas; de ahí que en Europa, y en otros espacios, cuando se habla de solidaridad, no se está pensando en generosos sentimientos altruistas, sino en un imperativo del propio interés; las ventajas económicas y de otro tipo material de esa unidad requieren, para su mantenimiento, algún espíritu solidario entre sus miembros, y que se traduzca en obras. Aquí no basta la fe luterana que por sí sola hace efectivos los méritos contraídos por un salvador; aquí hacen falta fe y obras, pues de lo contrario la salvación no viene de nadie; o nos salvamos nosotros mismos o nadie va a venir a remediarlo.

No deja de ser curioso (no diré que sorprendente) que una vez que los portavoces oficiales de la solidaridad, los socialdemócratas, han llegado al poder en los más importantes países europeos (Alemania, Francia, Gran Bretaña, incluso Italia) se empiecen a poner en duda los mecanismos de la solidaridad intereuropea. Es curioso, repito, que tan ilustres portaestandartes de la solidaridad por esencia hayan decidido, primero, reducir los gastos de la Unión; segundo, y lógico, a costa de mecanismos solidarios. Todo son nuevos tiempos: socialdemócratas dando ejemplo de administración parsimoniosa y aplicándose al criterio de que los más necesitados se las compongan con menos; no digo que no sea razonable, es que "donde menos se espera salta la liebre".

Y hay más: todos de acuerdo en admitir en la Unión a parientes pobres (la lista de los ricos se ha terminado ya) y todos, a la vez, echándose la mano al corazón para proteger la cartera a la voz de "¡que vienen los pobres!"; a ver lo que estos nuevos nos van a costar; cierto que los futuros nuevos son bastante pobres (Polonia, etc.), pero que vayan sabiendo, de entrada, lo que pasa, no se les vayan a subir los humos.

Ya es curioso que todos estos profesionales de la solidaridad hayan rechazado, de entrada y tajantemente, cualquier mecanismo de financiación que implique alguna moderada aplicación de criterios de progresividad. Pero es que, además, quieren establecer el principio de que de lo que hay menos aún. No sé si sería cuestión de mala conciencia , pero los gobernantes teóricamente más egoístas aceptaban más drenaje de fondos; desde luego, se comprende también que el tenido por insolidario tiene que demostrar su sentir y solidaridad; a la inversa, quizá el que es solidario por esencia, presencia y potencia no tiene que demostrar su solidaridad, sino más bien su sentido de la buena administración y gasto morigerado.

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