La economía de la violencia doméstica.
El autor analiza las implicaciones económicas de los casos de maltrato
Se debe indudablemente a la sucesión de muertes de mujeres a manos de sus parejas el que la violencia doméstica haya alcanzado el rango de problema público. Pero, pese a que las muertes sean su extremo más espantoso, merece la pena, sin embargo, centrarse en aquella violencia doméstica que sólo se traduce en muerte no intencionadamente (cuando al agresor se le va la mano), distinguiéndola de aquella otra donde predomina el objetivo de causarla, pues quizá sobre la primera pueda influirse desde la economía.Poco hasta ahora decía la teoría económica sobre la violencia doméstica. Al modelizar la familia como institución resultante de una interacción cooperativa (usando la jerga de la Teoría de Juegos), fruto de unos intereses comunes asumidos por el matrimonio, quedaban fuera las familias donde es usual la violencia, pese a no ser infrecuentes (se estima que hay episodios de violencia en el 30% de las parejas norteamericanas).
Esta situación ha cambiado, y dos trabajos recientes (Tauchen, Dryden y Long, 1991: Domestic violence: a Nonrandom affair, International Economic Review, 32; Farmer y Tiefenthaler, 1997: An economic analysis of domestic violence, Review of Social Economy, LV) han abierto brecha abordando el problema no de la existencia de familias con violencia, sino el de su estabilidad. La familia, ahora, se contempla como una interacción no cooperativa donde cada cónyuge trata de satisfacer al máximo sus propias preferencias con la limitación de que no se puede obligar al otro a permanecer en la familia si su bienestar dentro de ella es inferior al que alcanzaría fuera. La inexistencia de intereses comunes no impide que cada miembro de la pareja se preocupe por el bienestar del otro (¿el amor?), pero esta modelización permite representar el que para uno de ellos la violencia sea uno de los medios para satisfacer sus propios intereses o esté en su forma de ser.
En efecto, una parte de la violencia doméstica sería racionalizable en la medida que cumple para quien la ejercita dos papeles: uno, instrumental, como medio para conseguir que el otro modifique su comportamiento en la dirección que el violento desea; otro, expresivo, como medio de manifestar su status o sus frustraciones.
Dado, por otra parte, que la violencia instrumental busca alterar un comportamiento, tenderá a ser de tipo físico; en tanto que la violencia expresiva, al pretender manifestar superioridad, quizá encuentre suficiente, o incluso más adecuado, el maltrato psicológico. En ambos casos, se trata de una agresividad que, por definición, ha de ser contenida dentro de ciertos límites, pues si se sobrepasan, si la mujer no aguanta más y abandona la familia o si los malos tratos conducen a su muerte, esta violencia dejaría de cumplir sus fines instrumentales o expresivos.
La modelización económica supone que el varón agresivo maximiza su bienestar, que depende, entre otros factores, de la combinación óptima para él entre las transferencias de renta que hace a su pareja y su nivel de violencia, dada la restricción que le supone la posibilidad de que le abandone su mujer. Ésta, por su parte, se ajusta buscando minimizar la violencia que padece. Pero la acepta. Y lo hace porque, además de su mayor o menor dependencia afectiva, se supone que en general la mujer depende económicamente de su pareja. Dicho con otras palabras, la interpretación económica de la violencia doméstica viene a decir que los agresores se comportan como si "compraran" mediante transferencias de renta el "aguante" de su pareja, aparente "intercambio" en que la dependencia afectiva, de haberla, abarata el "precio" que paga el agresor. Tal interpretación, inmediata para la violencia expresiva, requiere mayor cualificación para la violencia instrumental, que habría que entender como forma más barata de conseguir el comportamiento deseado que vía transferencias monetarias. Algunas implicaciones de esta modelización de la violencia doméstica son las siguientes. Primero, el análisis predice una relación inversa entre violencia y nivel de renta de la mujer, es decir, que un incremento en su renta hará decrecer la agresividad que padece. Una mujer que obtiene o puede obtener sus propios recursos (bien de su trabajo, de la asistencia pública, de su propia familia o de mejores condiciones si se divorcia) deriva menos bienestar de los ingresos adicionales que le haga su pareja; consecuentemente, la capacidad de éste para "comprarle" aguante disminuye. Esta relación negativa entre ingresos de la mujer y violencia se comprueba estadísticamente para todos los niveles de renta, con la sola excepción de las parejas más ricas en que el aporte principal de renta lo hace la mujer. Segundo, la existencia de oportunidades no pecuniarias ante la violencia (casas de acogida, ayuda legal y psicológica...) disminuye la violencia, ya que su presencia equivale a un aumento en el bienestar que la mujer podría alcanzar fuera de la familia. Adicionalmente, en la medida que el umbral de tolerancia de la mujer sea desconocido para su pareja, su uso de estos servicios sirve como señal de que o bien disminuye su violencia o le abandonará. Este uso señalizador explicaría el por qué tantas mujeres utilizan estos servicios para luego volver al hogar o retirar la denuncia.
Tercero, un incremento en las rentas de los maridos violentos tiene un efecto ambiguo sobre sus niveles de agresividad, ya que si bien mayores ingresos les permiten "financiar" una mayor violencia expresiva, por otro lado, al facilitarles la "compra" del comportamiento deseado en el cónyuge, reducen la violencia instrumental. En la medida que ésta fuera física, el crecimiento en las rentas de los varones agresivos tendería a alterar su pauta hacia una violencia de tipo psicológico. Los resultados empíricos disponibles sugieren que el efecto de un mayor nivel de renta en el varón se traduce en más violencia física en las parejas de rentas bajas, y en un menor nivel de ese tipo de violencia en las parejas de rentas medias y altas.
Finalmente, menos hijos o de menor edad son circunstancias que afectan negativamente a la violencia doméstica, ya que el mayor desamparo relativo frente a la misma de los más pequeños lleva a la mujer a rebajar su tolerancia.
Fernando Esteve Mora pertenece al departamento de Teoría Económica de la Universidad Autónoma de Madrid.
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