La brisa, no la tramontanaXAVIER BRU DE SALA
¿Quién ha dicho, socialistas aparte, que a Maragall le convenga más noviembre que marzo, si no hay viento que 11 meses dure? Antes de los cambios climáticos, no ahora que la tramontana ya no es lo que era, el mítico Empordà de la sirenita, el pastor y la idílica sociedad cosmopolita del corcho y luego del turismo, era barrido por una fuerza maléfica que trastocaba los espíritus. La gente se santiguaba y se encerraba en casa. Todo salía volando y el aire quedaba límpido. En cambio, el garbí, la típica brisa cotidiana que sopla cada tarde en la costa catalana, es un vientecillo algo húmedo, refrescante en verano, en general poca cosa. A Pla le ponía nervioso. A Pujol no. Los nervios de Pujol, si los tiene, le vienen de los sótanos de su partido y de la falta de sintonía con su socio popular. Son legión los devotos que, tras unos meses de presencia maragalliana, andan decepcionados, temerosos de que se estrelle contra el enraizado árbol convergente. Desean una tramontana que dé un vuelco a la vida política y se encuentran con el socorrido garbí: un hombre tranquilo, afable, extrañamente próximo a Pujol, más de lo que muchos de sus partidarios pueden o quieren asumir. Basta leer el excelente y documentadísimo reportaje biográfico de Mauri y Uría -ingente trabajo de seguimiento y recopilación, aunque les haya salido más hagiográfico de lo que pretendían- para recordar el abismo de ojeriza que distancia a los dos máximos protagonistas de la Cataluña democrática. Si Maragall habla ahora bien de Pujol, si se acerca a su espacio como la brisa familiar a las playas, es a partir de dos razones que se mantendrán inalterables. Por convicción catalanista, que muchos encontrarán tibia y otros muchos excesiva, pero es la que siempre ha sido, y por estrategia, por cálculo elemental de la importancia del factor centro en los comportamientos electorales de las democracias avanzadas. Después de que Aznar intentara sin éxito el cambio tranquilo en el 93, el sistema español de alternancia volvió al acoso y derribo que González puso en circulación frente a UCD. Maragall cree conectar con la mayoría de la sociedad catalana cuando huye de tensiones. En cualquier caso, como no se observan elementos de crispación en el cuerpo social, en los medios de comunicación o en la vida política catalana, no hay otra opción. La tramontana está descartada por completo. Los que asociaban el nombre de Maragall a la posibilidad de barrer para construir otra Cataluña, la que sea, tendrán que esperar. Pero aunque censuren la pobre brisa maragalliana, saben que lo primero es el fin de la era Pujol, que ERC está todavía a medio camino entre el pujolismo de izquierdas y la izquierda nacional-pluralista y que el PP está muy interesado en la buena salud política de Pujol (luego insistiré). O sea que todas las esperanzas de los que pretenden acabar con Pujol y de los que creen que ya va siendo suficiente convergen hacia un solo nombre. ¿En qué más pretenden Maragall y su chef de cocina, Serra, basar el cambio, iba a decir el recambio? Gran secreto: no tienen ni idea. La cuestión no es salir a navegar, tomar un rumbo, proponer. Aquí, lo único importante es que la nave del partido esté aparejada pero que no salga de puerto. Si hay una Cataluña alternativa a la que tanto nos aburre, no vendrá de la mano de Maragall y Serra. Ellos quieren que se les tenga por buenos chicos, administradores responsables del agua sin gas, nada de saboteadores de la santabárbara de la nación y menos de aventureros. ¿Eso es todo? La brisa de garbí no molesta, la tramontana sí. Es decir, más de lo mismo, o poco menos de lo mismo pero con mejores caras, quitando el mal rollo en que ha dado CDC. Y aquí paz y allá gloria. ¿No ganó Schröder gracias a la ausencia de mensaje? Pues lo mismo. Bajemos pues de la estrategia elidida a la táctica omnipresente. Si el talón de Aquiles de Pujol son los años que lleva, el de Maragall es el PSOE. El pasado y la inercia del PSOE más que su presente. Hoy por hoy, la sombrilla del PSOE no impide al PSC tomar un baño de sol invernal. Por ese lado, Maragall vuelve a tener suerte. El socialista catalán con una idea de Cataluña más alejada de la suya, Josep Borrell, necesita un buen resultado del PSC para tener opciones. Un giro en Cataluña sería un balón de oxígeno al PSOE que cambiaría la dinámica política española. Por eso Borrell se va a portar bien, incluso mejor que el ala menos jacobina del PSOE, más proclive a Maragall pero menos a que Borrell se vea beneficiado por una hipotética victoria del PSC. (Por la misma razón, pero a interés contrario, porque no hay nada que le espante más, Aznar empuja a Pujol hacia el 7 de marzo, para que así no le inquieten el efecto Piqué y el acelerón que piensa dar el PP en Cataluña, si se fuera a noviembre). Como ya he acabado el artículo pero me falta llenar espacio con un último párrafo, propongo un entretenimiento banal, pero que a lo mejor resulta entretenido. Volvamos al principio. ¿La inminente decisión de Pujol por marzo perjudica a Maragall? No encuentro razones que lo confirmen. Él dice que así no le da tiempo, pero el tiempo le puede ir en contra, en el sentido de apagar la importancia a su figura. De hoy a noviembre el horno podría enfriarse y adiós soufflé. ¿Quién se preocupa por una brisa de nada? Aunque también puede perjudicar a Pujol, por lo de la edad política y la edad fisiológica. Aquí hay otro empate. Al que más perjudica el avance de las autonómicas es al PP catalán, pero no puede quejarse porque es Aznar quien arrastra a Pujol hacia marzo para no pisarle en noviembre. Que vayan diciendo luego contra la lealtad castellana.
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