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El monstruoJOAN B. CULLA I CLARÀ

El que posiblemente sea el último diario español de difusión estatal nacido en este siglo vio la luz, a principios del pasado noviembre, enarbolando entre sus Principios Fundacionales "la unidad de España, conquistada hace 500 años", con la advertencia: "Se defenderá siempre en estas páginas la unidad de la nación española, denunciando a cualquier Gobierno que por razones electoralistas, por criterios de partido o por torpeza, fragilice la unidad de España haciendo concesiones inaceptables a algunos nacionalismos decimonónicos y voraces". En el párrafo siguiente, la criatura mediática de Luis María Anson aseguraba: "La Razón es un periódico no confesional, es un diario laico". ¿Laico? No de todas las religiones, a juzgar por lo antes transcrito. Casi el mismo día del natalicio ansoniano don Julián Marías, de la Real Academia Española, disertaba en la tribuna madrileña de Círculo de Lectores y sostenía la tesis -cito según EL PAÍS- de que "España, configurada hace más de 500 años, fue la primera nación en el sentido moderno de la palabra", aunque "la mezquindad, la extrema miopía" de ciertos nacionalismos intente desvirtuar o negar esa realidad. De esta y otras manifestaciones públicas recientes parece deducirse que, a propósito de la pluralidad lingüística e identitaria de España, el ilustre académico permanece donde se situó en 1966, al publicar su libro Consideración de Cataluña: en la concepción del catalán como "lengua limitada", adecuada para los usos "más elementales y más entrañables" pero que, sola, sería "un factor de tibetanización de Cataluña", la cual, dicho sea de paso, "no ha sido nunca una nación". Inútil, pues, la serena réplica que le dirigió ya en 1967 Maurici Serrahima (Realidad de Cataluña), e inútil todo lo que ha llovido en los últimos 32 años. Dentro también de este fecundo otoño que agoniza, el catedrático de Deusto Fernando García de Cortázar ha presentado su Biografía de España. Una obra de inequívoco carácter apologético donde el sujeto histórico España aparece definido como tal desde tres milenios atrás, mientras que -según manifiesta el autor- otros eventuales sujetos colectivos, como Cataluña o el País Vasco, son apenas invenciones románticas del siglo XIX. Y, claro, así no hay color. Entre una España nación biografiable desde los tiempos del rey Salomón y una Cataluña nación salida poco menos que de la chistera de Pujol, ¿cuál va a prevalecer? De todos modos, la sensación historiográfica de la temporada ha sido el Premio Nacional de Historia concedido por el ministerio que regenta doña Esperanza Aguirre -sí, la del decreto Aguirre, ella misma...- al volumen España: reflexiones sobre el ser de España. No se trata de un libro cualquiera, sino del destilado de la sapiencia de dos decenas de miembros de la Real Academia de la Historia, editado y avalado por la propia y docta casa. Un volumen ante el cual uno no sabe qué admirar más: si el desacomplejado esencialismo españolista de muchos de los autores -"España es un sujeto histórico desde la prehistoria..."-, o su visión nacional unitaria y excluyente, o la desenvoltura con que algunos redomados franquistas, firmantes de ínclitos manuales durante el régimen anterior, siguen pontificando sin asomo de pudor ni de autocrítica. En fin, el lúcido análisis que sobre el libro de marras publicó en este mismo diario Juan Sisinio Pérez Garzón (Españoleando con la historia de la Academia, 9-12-1998) me exime por hoy de profundizar en el asunto. Por otra parte, el ex ministro y ex diputado José Manuel Otero Novas, alejado ahora de la política, ha querido echar también su cuarto a espadas en el panorama intelectual de las postrimerías de 1998 y ha publicado un libro que se titula, corto y claro, Defensa de la Nación Española. Según el antiguo titular de Presidencia y de Educación con Adolfo Suárez, "España es una nación profundamente configurada en los 600 años de dominación y cultura romana; desarrollada en los 300 siguientes de las Monarquías suevo-visigóticas; soñada y buscada a costa de mucha sangre y de muchos trabajos durante siete siglos de Reconquista; fraguada en la Edad Moderna como base de un imperio impresionante; mantenida en la Edad Contemporánea como suelo de nuestra común generación". Pues bien, esa maravilla de nación se halla hoy atenazada por el doble y amenazador proceso de la integración europea y de la espiral autonómica, lo cual "nos conduce a una España confederal, con 17 Estados miembros, con desconocimiento y eclipse de la nación española". Eso, a juicio de quien fue sucesivamente parlamentario por UCD, el PDP y el PP, sería nefasto para los intereses españoles, pero además supondría una traición a nuestros mayores, un fraude a nuestros descendientes y un desprecio a la "voluntad fundante" de la nación. Concepto sugestivo, éste de voluntad fundante, aunque de perfil vago y difícil de aprehender. ¿Se refiere a la voluntad de Viriato, a la de Recaredo, a la de don Pelayo, tal vez a la de Isabel y Fernando...? A la vista de este selecto florilegio de actitudes y posicionamientos no políticos -o, por lo menos, no partidistas- acumulados en pocos meses alrededor del debate sobre la articulación territorial del Estado, sobre el grado de reconocimiento de la plurinacionalidad y del plurilingüismo en España, resulta muy reconfortante recordar las palabras de Felipe González el pasado 13 de noviembre en la Universidad de Toulouse-Le Mirail, cuando expresó su temor a que "el irredentismo nacionalista despierte al monstruo del centralismo igualmente exclusivista y homogeneizador". No sabe el ex presidente lo que tranquiliza oír a alguien de su autoridad y prestigio asegurando que el monstruo sigue sumergido en el sueño y que, por tanto, sus ruidosas manifestaciones actuales desde la prensa, la academia y el libro son sólo los ronquidos del durmiente.

Joan B. Culla i Clarà es profesor de Historia Contemporánea de la UAB.

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