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Tribuna
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El piojo que fue ciempiés

Los últimos movimientos en el mercado internacional y en la tabla de goleadores indican sin lugar a dudas que el piojo más rápido de la fauna mundial está de suerte. Cuando se preparaba para disfrutar con Víctor y Urzaiz del título honorífico de pichichi de invierno, ha recibido una noticia estimulante: la Juve no hace otra cosa que pensar en él.Ningún futbolista con un mínimo de sensibilidad estética puede ser indiferente a los coqueteos de La Vecchia (ma bella) Signora. Desde mucho antes de la llegada de su paisano El Cabezón Sivori a Turín, la Juve ha provocado una indudable fascinación capaz de trascender gustos, épocas y figuras. Su leyenda podría explicarse así: sin renunciar al fútbol de diseño italiano ha logrado conservar un misterioso porte aristocrático bajo la celosía de su uniforme. Además, siempre actúa igual; responde a guiños y cortesías, se repliega hasta sus aposentos, y de pronto, cuando los galanteadores se convencen de que está a punto de rendirse, desenfunda su daga florentina y los despacha en un par de contragolpes.

Hoy, en ausencia de Alessandro del Piero, el puñal de la Juve se llama Pipo Inzzaghi, pero, según cuentan, el presidente Agnelli vería con buenos ojos que se llamara Piojo López. Su predilección es muy natural. Los ojeadores locales conocen a la perfección un axioma no escrito según el cual los futbolistas extranjeros más afines al fútbol italiano son los argentinos. Batistuta, Simeone, Balbo, Sensini o Zanetti son sólo algunos de los últimos ejemplos de una particular compatibilidad de caracteres. Revelan un parentesco de estilos que quizá no tenga su origen en el efecto de las modas, o en alguna particular inclinación de los entrenadores, sino en la tradición familiar de los emigrantes de principios de siglo. Probablemente, empieza en los lazos de sangre.

Como muchos otros futbolistas de la escuela argentina, Claudio López es un jugador canchero. Tiene una excelente disposición técnica, pero no ignora que la alta competición es un áspero escenario en el cual todo cazador de goles está condenado a transformarse en presa. Sabe que su mundo, sujeto a una intensa competencia por el espacio libre, se rige por una filosofía territorial y que en él sólo hay tres claves de supervivencia: la fortaleza, la habilidad y la rapidez.

Es evidente que él ha optado por la tercera vía. Como algunos de los predadores más especializados, explota todas las ventajas de quien consigue llegar primero. A veces se mueve con tal celeridad que su juego llega a parecernos rudimentario, de puro simple. Sin embargo, esta cualidad no admite una aplicación sencilla. Para hacerla valer no basta con medirle la carrera a cualquier enemigo dispuesto; también es necesario partir del lugar justo en el momento preciso. Su secreto participa tanto de la velocidad como de la paciencia.

Poco a poco, Piojo se ha erigido en uno de los mejores intérpretes del juego de contraataque. Le ha tomado tanto el tiempo a la maniobra que siempre entrega a su equipo tres o cuatro llegadas limpias y algún disparo seco al palo largo. En los mejores días, él y Adrian Illie consiguen que este Valencia nos haga recordar a aquella Real Sociedad de López Ufarte, Zamora, Alonso, Zatrústegui y Arconada que, perfectamente armada sobre su línea defensiva, recorría la cancha como un misil y te ganaba el partido en dos andanadas.

Si algún nuevo hincha quiere seguir la conversación y pregunta qué Real fue aquélla, esta semana sólo podremos darle una respuesta. Fue el primer equipo de Aitor Zabaleta.

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