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¿Dónde fermenta la mala leche? ¿En qué parte de nuestro cuerpo crece ese alien terrible, cruel y desmedido capaz de convertir al hombre en un depredador del hombre? ¿Qué determinó que un tipo como José Parejo eligiera la violencia doméstica como único diálogo con su mujer y sus hijos? En Granada se ve la causa contra ese desalmado que hace un año prendió fuego a su mujer tras haberla rociado con gasolina. Caerá sobre él el peso de una ley que, inevitablemente, nunca compensará el dolor y la amargura en la que vivieron su esposa y sus hijos, pero es posible que tampoco nos desvele las razones últimas de estas preguntas. Tan sólo el inculpado, y a lo peor ni él mismo lo sabe, podría decirnos algo sobre su demencia. Quién sabe lo que la vida ha hecho con este tipo para emparentarlo antes con la selva que con la civilización. Quién sabe el punto concreto de su existencia donde comenzó a crecerle en lo más nebuloso de su alma la semilla negra de la crueldad. Parejo asegura que cuando le prendió fuego a su mujer había perdido la cabeza. También el corazón. Quizás antes que ninguna otra cosa perdió el corazón. Sólo desde el bestiario de su conducta puede explicarse que sus hijos hablen de él en tiempo pasado, como la pesadilla que se esfumó, como la amenaza que fue y dejó de ser pero que pesará sobre sus existencias hasta que se consuman sus vidas. ¿Se puede alguien librar de esas sombras, de esas tinieblas? Parejo se ha convertido para sus hijos en la mejor representación de Saturno. Un Saturno panzón y entrecano, muy andaluzado, que ha devorado la estabilidad emocional de su descendencia como el que se bebe un mosto temprano y un choricillo al infierno en cualquier taberna de jilguero y serrín. En un intento desesperado por desligarse de tan brutal recuerdo y tan despiadada paternidad, sus hijos quieren borrar de sus vidas el apellido paterno. Parejo terminó con la vida de su mujer. Pero mucho me temo que también ha acabado con la felicidad de sus hijos. Ellos podrán tirar al estercolero un apellido que, con sólo pronunciarlo, les remite a la desgracia. Ocurre, sin embargo, que la marca a fuego que Parejo dejó en sus vidas es mucho más ácida y potente que la tinta de las partidas de nacimiento. Parejo ha arruinado muchas vidas. La suya también. Porque concluyó hace tiempo, antes de que, como él mismo dice, perdiera la cabeza. Quizás el mismo día en que optara caminar por las sendas de los lobos y comenzarán a crecer en su corazón las flores del mal.

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