Un joven apasionado y tolerante
La vida de Aitor Zabaleta Kortazar (San Sebastián, 1970) giraba alrededor de la Real Sociedad. Y su muerte también se vio salpicada por los colores blanco y azul del equipo donostiarra. En otra ocasión, como acostumbraba siempre que acudía a un desplazamiento fuera de Anoeta, habría pasado por el hotel donde se concentran los jugadores para saludarles antes del partido y desearles suerte. Habría llevado una bufanda blanquiazul y una camiseta para distinguirse como un acérrimo seguidor txuriurdin. Pero este martes procuró resguardarse en el anonimato porque "el ambiente era muy raro después de lo que pasó aquí en el partido de ida", reconoció el pasado fin de semana a un cliente."Yo voy en plan muy tranquilo, con mi novia y sus amigas", le contestó Aitor cuando fue advertido de que en este viaje "todas las precauciones serán pocas porque los ultras del Atlético son unos navajeros". Esta ingenuidad era propia de su carácter. Aitor Zabaleta quería ver a la Real Sociedad en cuartos de final de la UEFA y no reparó en las previsiones que requería la coyuntura. "Como nunca pensó en hacer daño por defender a su equipo", explicaba un miembro de su cuadrilla más íntima, "él tampoco podía imaginar una desgracia de este tipo".
Aitor Zabaleta se aficionó al fútbol desde muy joven. Aunque no era muy diestro con el balón, sí acudía regularmente al estadio de Anoeta y acentuó su devoción por la Real desde que tuvo ocasión de tratar personalmente con los juugadores Iñigo Idiakez y Javier De Pedro, ayer emocionalmente afectados por el luctuoso sucedido. El martes marchó a Madrid con algunas integrantes de la Peña Izar (Estrella), formada en su totalidad por mujeres, entre las que se encuentra Nekane Idiakez, hermana del futbolista donostiarra y amiga de su novia, Verónica Olivares.
Cuando los turnos de trabajo le impedían ver en directo los partidos de casa o desplazarse fuera, Aitor conectaba el Canal Satélite Digital para no perderse un detalle. El fútbol fue su pasión, encendida pero controlada, tolerante en todo momento. Convivía diariamente con un par de amigos afines al Athletic y siempre la rivalidad quedó reducida a la dialéctica más sana y divertida. Al final, todas las discusiones se resolvían con un cruce de chistes y bromas, y ganaba el más inspirado. Con ocasión de un viaje reciente a Turquía, que coincidió con el partido de Liga de Campeones entre el Galatasaray y el Athletic, Aitor se trajo de Estambul una bufanda del Galatasaray para un amigo. Entre ellos el amor a unos colores, fueran los del Athletic o de la Real, estaban subordinados a la amistad. Amigo de sus amigos, noble con un pronto de genio, trabajador incansable, inconstante en los estudios y consumidor polideportivo insaciable. Aitor Zabaleta, de fuerte complexión física, era un jatorra, término que se utiliza en euskera para describir a una persona extrovertida y bonachona. Le gustaba ir al monte a recoger setas y exponerlas en el bar asador que regenta junto a sus hermanos Iker y Xabier desde hace ocho años.
Abandonó el campus de la Universidad, situado a unos 500 metros de su domicilio particular, cuando cursaba el segundo curso de Derecho y se volcó a tiempo completo en sacar adelante el negocio familiar. Ahora seguía los estudios a través de la Universidad Nacional a Distancia y compaginaba los libros con el trabajo de camarero. Allí solía acudir su novia Verónica para ayudar en la cocina con ocasión de bodas y grandes banquetes. Era frecuente verle salir del bar muchos días a las tres de la madrugada, después de una jornada laboral agotadora, dirigiéndose a su casa, que dista 200 metros del lugar de trabajo.
Las partidas de mus fueron otra de sus debilidades y motivo de algún acaloramiento verbal. "Le fastidiaba perder al mus", confiesa un conocido. Si perdía, descargaba toda la furia en el frontón, practicando el squash o la pala, y en los partidos de fútbol sala que jugaba de vez en cuando con un grupo de clientes del bar.
El viernes anterior al partido del Vicente Calderón, Aitor atendió a un matrimonio que cenó en el asador y les mostró los atavíos blanquiazules (gorro y bufanda) que pensaba llevar a Madrid. La bufanda viajaba siempre en la bandeja trasera de su vehículo particular (un Peugeot 205 blanco), salvo cuando la exhibía en un campo de fútbol.
No hace mucho tiempo, Aitor y su familia contaban los días para entrar en 1999 porque este año sucedieron "cosas extrañas" y también alguna fatalidad en el entorno, como el fallecimiento de un cocinero del restaurante en un accidente de circulación en Usurbil (Guipúzcoa). La mala suerte no ha podido ser más fatídica para la familia. Un amigo íntimo confesaba ayer consternado que no esperaba ver vivo a Aitor por última vez en la primera página de EL PAÍS.
Locura era la palabra más repetida en el entorno familiar. Su hermano Iker reclamaba el carácter "jovial" del deporte y extrañaba la locura que es capaz de provocar un desenlace fatal. El padre no podía comprender que una circunstancia intrascendente hubiera segado la vida de su hijo.
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