Un Shakespeare transparente
La tragedia de Ricardo III De W. Shakespeare, en versión de John D. Sanderson. Intérpretes, José Pedro Carrión, Xabier Elorriaga, María Luisa San José, Cristina Marcos, Gonzalo Gonzalo, Alfredo Alba... Iluminación, Rafael Echeverz. Vestuario, Sonia Grande. Música, Mariano Díaz. Espacio escénico y dirección, John Strasberg. Teatro Principal. Valencia, 3 de diciembre.John Strasberg, director educado en una versión propia del Método por excelencia, ha elegido la mesura, la distancia y el humor negro para colaborar en el propósito de Shakespeare -el más grande guionista de la historia del cine, al decir de Orson Welles- de narrar el amplio surtido de atrocidades cometidas por Gloster hasta hacerse con el trono de Inglaterra. Que el director norteamericano firme también el diseño del espacio escénico, frío como la tumba donde duermen los sueños, da idea de su afán por asumir la responsabilidad plena de este montaje. El montaje es frío, gélido muchas veces, y recurre a una cierta inmovilidad ajena al estrépito por donde Strasberg trata de que tanto las situaciones como el texto lleguen al espectador de la manera más nítida posible y desprovista de esa parafernalia gesticulante o enloquecida con la que tantos directores pretenden reforzar un texto que para nada necesita de esa clase de subrayados. Strasberg establece una distancia a veces hiperrealista que se sitúa en el interior del carácter doméstico de las atrocidades que contemplamos, a sabiendas de que rara vez el asesino profesional se sobresalta con el estupor de sus propios crímenes, de manera que asistimos a un repertorio de asesinatos sin que el instigador necesite siquiera despeinarse para promoverlos: puesto que es su conducta habitual, por horrorosa que sea, se la trata como un gesto más de la vida de a diario. También por ese camino, Strasberg no se ocupa de opinar, desde su puesta en escena, sobre los acontecimientos que narra, más bien los expone con cierto despego a fin de que el asunto llegue con claridad al espectador y éste disponga de los elementos de juicio necesarios para considerar el asunto. Curiosamente, o no tanto, ese procedimiento clarifica los propósitos de Shakespeare, ya que insiste en algo tan sustancial como que el horror está inscrito en lo cotidiano. Un espacio prácticamente vacío, con un catafalco giratorio en el centro que lo mismo es tumba que trono, y del que emerge Gloster al principio de la obra, con el apoyo de un sutilísimo diseño de iluminación, sirve a Strasberg para jugar con una desnudez transparente que potencia el desvalimiento del espectador ante quien está dispuesto a todo para alcanzar sus objetivos, y ahí destaca el trabajo de José Pedro Carrión en un derroche de registros como protagonista, desplazando con precisión la apenas sugerida deformidad del cuerpo de su personaje a la enormidad de sus actos criminales. Muy bien apoyado por Xabier Elorriaga y María Luisa San José, en un reparto que, con todo, no siempre consigue obviar la diversa procedencia de sus escuelas.
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