En el megamercado
UNA VEZ que parece haber amainado, quizá momentáneamente, la crisis financiera, la carrera de fusiones y adquisiciones entre las grandes empresas mundiales se ha reanudado con más avidez que antes del verano. La absorción de la petrolera estadounidense Mobil por su compatriota Exxon y la compra del banco estadounidense Bankers Trust por parte del Deutsche Bank son dos movimientos empresariales que servirán para crear la mayor petrolera del mundo y el banco más importante del planeta. El nuevo Deutsche Bank tendrá unos activos de 120 billones de pesetas, un 50% más que el PIB español, y la compra de Mobil costará 11 billones de pesetas. Es muy difícil imaginar operaciones de mayor envergadura y que den como resultado un dominio tan aplastante sobre sus respectivos mercados. Los movimientos del Deutsche y de Exxon, más otros de menor envergadura, como la compra de London Electricity por parte de Electricité de France o la fusión prevista entre la química francesa Rhône-Poulenc y la alemana Hoechst, indican que los grandes grupos vuelven a la compra de empresas como estrategia para aumentar sus negocios en un megamercado global. Las de Exxon y Deutsche son las dos más espectaculares de al menos 10 grandes operaciones de fusión en los últimos dos años que han cambiado radicalmente el poder empresarial en el mundo.Las compras de empresas son operaciones arriesgadas. No garantizan el cumplimiento de los objetivos estratégicos y sólo están justificadas por ganancias de rentabilidad colosales que compensen sus costes. Responden al impulso natural de concentrarse para sobrevivir en un mercado cada vez más global, pero a menudo tienen consecuencias dramáticas para el empleo -el nuevo Deutsche reducirá más de 5.000 puestos de trabajo- y recortes, probablemente irrecuperables, en términos de competencia del mercado. Es muy dudoso que por encima de un cierto tamaño, difícil de precisar y en todo caso distinto para cada actividad, los aumentos de volumen basados en adquisiciones den lugar a empresas más rentables y competitivas.
Sería un ejercicio inútil limitarse a subrayar estas contradicciones. Las concentraciones ya no pueden ser analizadas con la misma prevención que en décadas anteriores, porque el mercado en el que operan y al que deben satisfacer las empresas no está limitado por fronteras nacionales o por áreas continentales, sino que se extiende a todo el planeta. Las reglas del juego están cambiando. Al margen de lamentaciones por la competencia perdida, convendría que las instituciones encargadas de controlar la transparencia del mercado -como la Comisión Europea- y evitar los abusos de posición dominante ampliasen su capacidad de actuación legal y geográfica para controlar un mercado global. Así como las crisis económicas y financieras deben ser tratadas desde organismos supranacionales, la creación de un megamercado en el que actúan megaempresas requiere instituciones y normas supranacionales de control. No se puede dirigir un Boeing con los mandos de un turismo.
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