Periodismo
Nos dijo al sentarnos: "El periodismo está acabado". Tenía enfrente el ordenador, recortes de periódicos, libros en cualquier idioma; afuera, el silencio de Brihuega, en Guadalajara, se parecía al viejo paisaje que enloquece a Don Quijote y que hubiera enloquecido también, en su seca quietud, a Stendhal y a Miguel de Unamuno; abajo, en la entrada, hay pan y fuego, y por toda la casa se diseminan los ruidos tranquilos del periodismo viejo: periódicos recientes que acaban de ser troceados, revistas agujereadas que alguna vez fueron referencia de reportajes o de libros, radios que se sintonizan solas, televisores tuertos; sobre la mesilla en la que descansan los recortes de hoy hay aceitunas del Ampurdán y una botella de oporto, con vasos para quien llegue; no ladran perros, a los que siempre prestó afición, pero reposan gatos de nombres cercanos; tiene abierto, y releído, El hereje, de Miguel Delibes, y de sí mismo dice que es del norte (por El Norte de Castilla) y de Valladolid-Delibes, pues del maestro castellano aprendió que éste es un oficio que sólo sobrevivirá si es un oficio, si se le quitan gaitas y trompetas, artificio. Hay gente así que sigue encendiendo la chimenea de la noche con el papel del periódico reciente, y estos nombres son ya símbolos de un tiempo: Haro, Vázquez Montalbán, Vicent, Manu Leguineche... Delante de Manu Leguineche estamos sentados este mediodía de Brihuega, cuando el hombre que hizo de la vuelta al mundo el viaje más corto dice de pronto: "El periodismo está muerto, el periodismo está muerto. Está acabado". Y de pronto lo ves allí, rodeado de memoria y periodismo, y sabes que este hermoso oficio caliente habita en seres así como la inmortal manía de saber para contarlo. De decirle a la gente -decía Scalfari- lo que a la gente le pasa cuando el resto del mundo está durmiendo. El periodismo es de insomnes; pues que despierte.
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