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PULSO EN EL PSOE

Historia de un desencuentro

Los socialistas viven las consecuencias de una improvisación que arrastra a su partido a un cambio de modelo sin norma que lo regule

Anabel Díez

En la noche del viernes 20 de junio de 1997, el millar de delegados socialistas del 34º congreso bastante tarea tenían con asimilar que su líder, Felipe González, se iba y que tan sólo contaban con 24 horas para elegir al sucesor. Nadie prestó atención a una resolución estatutaria, discutida de madrugada en una comisión, por la que se incorporaba a las normas del partido un inédito instrumento para la elección de los candidatos a las alcaldías y a las presidencias de las comunidades autónomas basado en la participación de los militantes en unas elecciones primarias. Año y medio después, el PSOE está viviendo las consecuencias. La aparición de la figura del candidato ha provocado un desajuste en la estructura de un partido socialdemócrata clásico, jerarquizado, donde cada pieza cumple una función. El poder territorial es en estos momentos el asidero de la militancia para salvar un tren a punto de descarrilar.José Borrell, candidato socialista a la presidencia del Gobierno, tiene razón cuando rechaza la acusación de que entre sus pretensiones está la de cambiar el modelo de partido. No fue él quien planteó unas elecciones primarias para elegir al candidato. Fue Joaquín Almunia. Nada obligaba al PSOE a adoptar una medida de esa naturaleza. De hecho, los redactores de las ponencias plantearon el asunto a modo de ensayo para elegir a alcaldes y a presidentes autonómicos. No se pensó en extender la medida para la elección del candidato a La Moncloa. Se aprobó sin excesivo entusiasmo y con escaso conocimiento.

"¿Hemos aprobado algo importante?". Ésta era la pregunta generalizada, días después del congreso, que se formulaban muchos dirigentes socialistas cuya atención entre el 20 y el 22 de junio estuvo en cómo salir de la situación en la que les colocó González, el que fuera líder del PSOE durante casi 25 años.

El entusiasmo que provocaron las primarias en la militancia, unido a la simpatía y el interés con el que la opinión pública siguió el proceso, creó en el PSOE el espejismo de que esta innovación les haría pasar a la historia. Hasta González repetía en los actos de apoyo a Almunia que sentía gran envidia hacia su sucesor por no habérsele ocurrido a él una aportación de esa naturaleza.

Deseo de legitimación

Es posible que llegaran a creérselo, pero no es menos cierto que cuando Almunia decidió extender las primarias a la presidencia del Gobierno, ya como secretario general y sin que nadie lo pidiera, estaba animado por un deseo de legitimación que personalmente necesitaba y políticamente le parecía oportuno. Nadie puede negar hoy que las primarias se convocaron pensando en que Almunia las iba a ganar y obtener así el respaldo de los militantes. De esa manera se liberaba de quienes le condujeron a la secretaría general en el 34º congreso: González y los barones del PSOE.Quienes conocen bien al secretario general encuentran perfectamente explicable que quisiera alcanzar más pronto que tarde la autonomía. Él mejor que nadie sabe cómo fueron las negociaciones que culminaron con la propuesta de elegirle para el puesto. Cuando varios secretarios regionales colocaron sobre la mesa su nombre, Almunia les puso condiciones y les pidió que le dieran pronto una respuesta. Si se las rechazaban daría el asunto por zanjado y él se iría. Este desapego parece que era cierto, pero la maraña de presiones y negociaciones con apelaciones a la responsabilidad le hicieron quedarse, negociar y ceder. ¿González designó a Almunia? Ambos pueden negarlo. "Sería conveniente que fuera diputado". Ésta es la única frase que los barones escucharon de González.

Las condiciones de Almunia no eran fruto de la improvisación, sino el calco del esquema que él, junto a otros miembros de la ejecutiva saliente, sobre todo del secretario de organización, Ciprià Ciscar, había preparado para el congreso. En la nueva ejecutiva no habría guerristas, y tampoco se sentaría en el máximo órgano de dirección del PSOE ningún barón o dirigente territorial. Lo primero pudo hacerlo porque los barones compartían con él la tesis de excluir al guerrismo de la dirección, aunque intentaron sin éxito que estuviera el presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, y algunos otros guerristas, pero en las vocalías; es decir, sin responsabilidades. Lo segundo, no. ¿Cómo no iban a estar en la ejecutiva quienes le iban a poner a él? Borrell apareció enseguida en escena de manera involuntaria. Muchos militantes pensaban en él, y algunos dirigentes utilizaron su nombre como espantajo para que Almunia desistiera si el poder territorial no se sentaba en la ejecutiva federal. Si Almunia les excluía, Borrell sería el nombre que presentarían a las bases.

Una vez concluido el acuerdo con Almunia, esos dirigentes olvidaron el nombre del actual candidato a la presidencia y a duras penas fue incorporado a la ejecutiva como simple vocal, siendo objeto de relegaciones constantes.

Almunia fue elegido finalmente secretario general y todos los presentes sabían que iba a ser el candidato a la presidencia del Gobierno. Él y su entorno miraron alrededor y no vieron a nadie con ganas o fuerzas para presentarse.

Pero Borrell anunció tal posibilidad. Se presentó y ganó. A partir de ahí se desataron todos los problemas, aunque hay uno que no se explícita pero que discurre por toda la organización socialista: su dificultad para encontrar líneas de oposición efectivas.

La presentación de las escasas propuestas atractivas enfrenta al secretario general y al candidato, que se aferran a sus respectivas legitimidades para protagonizar la transmisión de las propuestas socialistas.

Aquí viene el choque con el actual modelo de partido, que rechaza como un cuerpo extraño la figura del candidato surgido de las primarias, que "han hecho descarrilar el tren que Felipe González puso en marcha en una dirección de continuidad", según sentencia un veterano socialista.

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Sobre la firma

Anabel Díez
Es informadora política y parlamentaria en EL PAÍS desde hace tres décadas, con un paso previo en Radio El País. Es premio Carandell y Josefina Carabias a la cronista parlamentaria que otorgan el Senado y el Congreso, respectivamente. Es presidenta de Asociación de Periodistas Parlamentarios (APP).

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