LA CASA POR LA VENTANA Qué perfume de flor de cuchillo JULIO A. MÁÑEZ
Lo dijo Vicente Aleixandre, como quien no quiere la cosa, en uno de los múltiples aniversarios postmortem de García Lorca: nadie gemirá nunca bastante, inaugurando así una aniversariada perpetua que ignoraba todavía la que habría de caerle encima al poeta granadino, mientras muchos años después, ante el pelotón de sus sainetescos aduladores, el más bronco Ricardo Muñoz Suay argüía que menos mal que Lorca murió joven, porque así nos ahorró el espectáculo de abrumarnos con esos bolos de taca-taca que tanto menguaron el prestigio y la salud de Rafael Alberti en los mejores años de una senectud envidiable. Lo que pasa con Lorca (odio esta fórmula) es que es un valor seguro, por poeta, por maricón, por republicano y por fusilado, y por eso tantos y de tan escasos méritos arriman su ascua a lo que queda de su sardina, de manera que hasta ese pagés simulado que es Albert Boadella se permite maltratar al granadino por la santa boca butifarrera de Josep Pla en su último espectáculo, por no hablar del bigote de Fujimari Aznar destrozando en público unos versitos que eran, me parece, de La casada infiel, que es lo que los bachilleratos de toda la vida se saben de Lorca. En esa ristra de conmemoraciones que mudan los sueños en pesadillas se monta el paripé del 98, como si de pronto de todo hiciera un siglo, en el que no se sabe si se celebra el desastre de cuando españa era España o la incapacidad de sus intelectuales para abordar con gracia asunto de tantos pelendengues, excepción hecha del cascarrabias Valle-Inclán. También aquí se han montado congresos sobre ese problema infumable, y con decir que participaron, me parece, hasta Andrés Amorós y Joaquín Calomarde queda, según creo, todo dicho. Recordar para lamentar de nuevo, como si no bastara con los alardes de dolor pretérito, es una operación de neuronas sadomaso más o menos eruditas y ajenas a los internetes de este mundo, y con mayor razón, cuando en los fastos de esa fecha emblemática (lagarto, lagarto) tenemos por aquí muy poquito que ofertar, fuera de la facundia de Vicente Blasco Ibáñez, la ortopedia paisajística de José Martínez Ruiz, tan admirada por un Mario Vargas Llosa en trance de obtener el pase para su ingreso en la Triliberal, o la aportación, respetable pero menor, de un Ciges Aparicio ahora lanzado al estrellato como un Pedro Duque cualquiera. En este otro 98 que termina no perderemos colonias, por lo menos no antes de Navidad, aunque todos vamos algo más perfumados y parezca que también hace más de cien años que empezó. Sin ir más lejos, Juan Alfonso Gil Albors, ex hombre de teatro que hasta escribió una obrita sobre los bakuninistas alcoyanos, entre otros alardes de osadía juvenil, y ahora hace de director en funciones de la cosa teatral de Consuelo Ciscar, se ha subido a la figuereta de la censura idiota al desaconsejar un cartel publicitario de una obra de Kevin Elyot sobre el sida a estrenar en el Talía que incluye en su diseño un desnudo masculino y una cosa que parecía un condón, como es de recibo en este y en otros casos. Se ve que el buen hombre está celebrando todavía el otro 98, pues de lo contrario no se entiende su afán por preservar el desnudo cuando permite a Núria Espert referencias más o menos gruesas a la polla de Aristóteles Onassis en su papel de María Callas, para estupefacción de las ancianas que frecuentan el teatro Principal en las sesiones de tarde, ni que no alce la voz contra las campañas institucionales (bastante desafortunadas, todo hay que decirlo) en favor de la utilidad sanitaria de la milenaria gomita. Y si Joaquín Farnós no se pronuncia sobre tan contagioso asunto es porque se encuentra, diligente cual abeja, ocupado en catastrar las fanegadas recuperadas por el favor, entre otros, de una carta nada anónima. No se sabe todavía, sin embargo, qué es lo que preservan José Vicente Villaescusa y Genoveva Reig comprando con nuestro dinero miles de ejemplares de una revista madrileña (¿tal vez porque la cabecera de Tribuna le recuerda a Villaescusa los tiempos de Tribuna Obrera?) ni por qué se regalan a los the go beetwen de Jesús Sánchez Carrascosa, señores Aura y Andreu, un fajo de millones a cambio de una telecosa no emitida. Los avetides escénicos se quejan de la racanería subvencionadora en la víspera del Día Universal de la Infancia sin mentar los 50 quilos afanados por Carles Moma Alfaro para su saloncito, y Julio Iglesias montará un tenderete de naranjas de la China en Benidorm en cuanto asiente allí sus torrefactos reales.
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