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Pacto por la noche

CARLOS COLÓN En si misma, sin necesidad de muertes, la movida es violencia. Porque no supone estar pacíficamente en la calle charlando y tomando copas, sino desafiar a los vecinos y a las autoridades ocupando abusivamente el espacio público a través de la fuerza del número. Cada fin de semana, muchas zonas de Sevilla son el pueblecito de Amarcord tomado por los fascistas borrachos que celebran la visita del Jerarca. Cada sábado o domingo por la mañana son un paisaje después de una batalla, con los paseantes tapándose la nariz y la boca con pañuelos por no poder soportar el hedor y las brigadas de limpieza recogiendo toneladas de basura esparcidas por todas partes y regando el suelo pegajoso. Cuando cientos de ciudadanos ocupan la calle bebiendo, gritando, meando, vomitando, tirando vasos y botellas, ¿qué se puede hacer? La movida busca una respuesta represiva que hay que evitar, porque sería hablar su lenguaje y les reforzaría, convirtiendo el gamberrismo en lucha. Pero no es posible seguir así. Urgen medidas a largo plazo, en lo público y lo privado, en lo que a la educación y transmisión de valores democráticos y de convivencia se refiere, porque hiela la sangre el brutal desamor a la ciudad, la pérdida del sentido de civitas y, en el vértice del horror, la desenvoltura de los imputados por el reciente asesinato, uno de los cuales acudió al juzgado con una navaja en el bolsillo: dicen que están de moda. Pero urgen también medidas a corto plazo. La ciudad no puede seguir mirando hacia otro lado, dejando a los vecinos indefensos y a los jóvenes expuestos a la violencia que la masificación y el alcohol inevitablemente generan cuando se han perdido los referentes simbólicos que regulan los comportamientos en las fiestas y las grandes concentraciones. El Presidente de la Junta de Andalucía propuso el pasado viernes un "Pacto por la noche" en el que participen las administraciones públicas, las organizaciones juveniles, de vecinos y de padres de familia, y las Fuerzas de Seguridad. Se debe acoger esta iniciativa, más allá de tiranteces políticas o de intereses de grupos, antes de que no quede más solución que la represiva. La tragedia de los jardines de Murillo deja tras si un muerto y varias familias desechas, la de la víctima y las de los agresores. Decir que ha sido un accidente es hipócrita: hay una relación de causalidad entre la movida y esta muerte. Es necesario sacudirse el miedo a ser tachado de fascista o represor y abolir el falso prestigio ácrata-progre que desde hace muchos años tienen el gamberrismo, la grosería, el alcohol, las drogas y las actitudes antisociales. La apariencia de tolerancia con que esto se consiente es una mezcla de hipocresía y de miedo, mirar hacia otro lado cuando el chulo se encara, la sonrisa del cobarde que busca la complicidad de quien le agrede. Mi generación -tanto underground, Sade y Bataille en los sesenta y setenta, y tanta renuncia a ideales, pragmatismo corrupto y vacío posmoderno en los ochenta y noventa- puso e incubó el huevo del que nació esta serpiente. A ella, que es la de quienes hoy nos gobiernan, corresponde hacer posible el pacto.

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