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Flores en el campus

El testimonio de Pepa Llidó afirmando que llegados hasta Pinochet, éste justificó el asesinato, negando la condición de sacerdote de su hermano, era sobrecogedor. Ni aún en tales circunstancias, delante de un familiar próximo, que recurre al carácter religioso de la víctima, el dictador pestañea, ni duda de su inhumano comportamiento. Puestas así las cosas sobran disquisiciones sobre la adecuación del procedimiento seguido en su contra, cuando está en cuestión el derecho más fundamental, como es la vida de las personas. Precisamente este año en el que se conmemora el 50 aniversario de la aprobación en París, por la Asamblea de las Naciones Unidas de la Declaración de los Derechos Humanos, su ratificación implícita supone la exigencia de la aplicación de la justicia internacional. Existe un tribunal al efecto en Estrasburgo, y al tiempo un Tribunal Penal Internacional ha sido promovido entre otros países por Canadá, como recientemente recordó su embajador en España, Anthony Vicent, para juzgar a quienes infringen normas penales de carácter internacional. El presidente del Tribunal Constitucional español, Rodríguez Bereijo, ha declarado a este respecto su confianza en la eficacia de la pronta puesta en marcha de su funcionamiento. También por estas fechas, la noche del 15 de noviembre se cumple el noveno aniversario del asesinato ignominioso de seis jesuitas, y dos mujeres del servicio doméstico en la Universidad Centroamericana de San Salvador (UCA). Ignacio Ellacuría llevaba diez años como rector de la Universidad. Según sus propios compañeros, fue un hombre imprescindible y riguroso, necesario e incómodo. Su último gran escrito, Utopía y proselitismo en América Latina, fue uno de los más profundos y dentro de Centroamérica fue un líder reconocido. Era tremendamente dialéctico, decía lo que pensaba y sólo se plegaba ante la contundencia de la realidad social. Centroamérica y toda América Latina tienen en su sangre razones, como dice la copla del payador argentino Yupanqui, que hacen engordar las venas. Son muchos siglos de sumisión que exigen una reparación urgente. Quienes se solidarizan con su realidad social, y pretenden mejorar su futuro, no han sido vistos como lo que son, siendo acusados por lo que no han sido. Con estos antecedentes con qué falsas argucias, que no garantías jurídicas, se pretende ahora evitar los juicios que pongan en el lugar que corresponda, a quienes llevan años en Chile, en Argentina, en El Salvador y en tantos países, de tantos continentes, incluido el nuestro, rebajando la condición humana. La alusión a los derechos humanos estará carente de contenido mientras que los culpables de tales conductas no sean juzgados sin más demora. Sólo así se recuperará, parcialmente, la credibilidad en la condición humana. En la Universidad Centroamericana de San Salvador unos rosales dan testimonio del lugar donde Ignacio Ellacuría y sus compañeros fueron asesinados. En las paredes de la capilla las inscripciones atestiguan sobre las injusticias del pueblo latinomericano. En el corazón de los desvalidos la esperanza ilumina sus vidas. La falta de logros no evita su perseverancia, al igual que su resignación no elimina nuestra responsabilidad. Igualmente en estos primeros días del mes de noviembre, el huracán Mitch ha asolado Centroamérica, provocando una grave tragedia en las vidas humanas y en destrozos en sus frágiles viviendas, equipamiento, comunicaciones y economía. Como expresó gráficamente El Roto cuya exposición, Memorias de la memoria, sacude nuestras conciencias durante estos días en el Colegio Mayor Rector Peset, la culpa no fue toda del huracán, había que saber cómo estaba todo aquello antes de la catástrofe. Ahora ya lo sabemos. Esperemos que, una vez más, no lo olvidemos felizmente.

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