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El hombre que hizo reír a la Garbo

Guillermo Altares

"Tiene la lengua cortante como un rayo láser", afirma la actriz Nancy Olson sobre Billy Wilder, a cuyas órdenes trabajó en El crepúsculo de los dioses, uno de los filmes más crueles con Hollywood que se hayan rodado nunca. Ésa es una de las muchas cosas que se dicen sobre ese impertinente y genial realizador en el documental Y Dios creó a Billy Wilder, que Canal + emite hoy a las tres y media de la tarde.

A sus 92 años, Wilder es algo más que uno de los pocos representantes vivos -aunque no activos, desgraciadamente- de los años dorados del cine. Su memoria forma parte del siglo: conoció a Freud en Viena, asistió al funeral de Francisco José -nació en la localidad de Sucha, en el entonces Imperio Austro-húngaro-, vivió en el bullicioso Berlín de los años veinte, de donde tuvo que salir escopetado hacia Estados Unidos, cuando el ambiente de aquel país se volvió irrespirable para cualquier forma de vida inteligente. Llegó a Los Ángeles con 11 dólares en el bolsillo y con una amplia experiencia como guionista. Allí, a pesar de estar sometido a la dura disciplina de los estudios, consiguió, junto al ex crítico teatral del New Yorker Charles Brackett, grandes hazañas en la escritura de películas, la principal de ellas, hacer reír a Greta Garbo en Ninotchka, de Ernst Lubitsch.El director demostró desde su primera película, El mayor y la menor, una gran capacidad para tratar temas espinosos, para no dejar títere con cabeza. El documental, dirigido por Mel Stuart y que ha contado con el asesoramiento de Kevin Lally (autor de la excelente biografía Billy Wilder, aquí un amigo), repasa una parte de la filmografía del realizador (aunque con notables e incomprensibles ausencias, como La tentación vive arriba, ¿Qué pasó entre tu padre y mi madre?, Uno, dos, tres, Avanti, Irma la dulce o Primera plana). "He hecho todo tipo de películas, menos del Oeste, porque me aburría hacer siempre el mismo tipo de cine", dice Wilder sobre sus filmes, que escribió primero con Brackett y luego con I. A. L. Diamond.

Fue uno de los pioneros del cine negro, con Perdición; uno de los primeros que se atrevió a despacharse a gusto con Hollywood -El crepúsculo de los dioses-; en ajustarle las cuentas a los medios de comunicación -El gran carnaval y Primera plana-; en tratar en profundidad el alcoholismo -Días sin huella-; en adentrarse en las miserias del mundo laboral -El apartamento-. Se ha reído de la Mafia -hay que tener valor para hacer una comedia como Con faldas y a lo loco, que arranca con la matanza del Día de San Valentín-, de la guerra fría -Uno, dos, tres- y, sobre todo, se ha reído de sí mismo, de todos los demás y de muchas cosas que no tenían gracia -fue el primero en hacer una comedia en un campo de concentración, Traidor en el infierno-. La filmografía de Wilder ha sido para miles de espectadores una inmensa fuente de placer, nunca gratuito y no siempre sencillo, pero no ha dado jamás una puntada sin hilo.

Ha recibido todos los premios del mundo, le han llamado Dios en una ceremonia de los Oscar, se ha forrado vendiendo su colección de arte y, si consiguió hacer reír a la Garbo, es imposible imaginar las dolorosas y maravillosas carcajadas que ha provocado en el resto de la humanidad.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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