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Zaplana en el laberinto

No creo que el presidente de la Generalitat haya tenido que estrujarse en demasía las meninges para descubrir que Joan Romero tiene un serio problema en el interior de su partido. Dice poco de su inteligencia y de su probada capacidad política recurrir a un argumento tan pobre para ocultar sus propias carencias en un tema tan vidrioso cual es el de la composición de la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Y dice menos -o más, según se mire- el estilo utilizado, que oscila entre la admonición paternalista y autoritaria y la chulería de un matón de barrio (aunque también haya que señalar que, en punto a tono, Romero tampocole ha andado demasiado a la zaga en su respuesta) Demasiada pólvora para tan poca pieza. Tanta que las declaraciones del presidente se asemejan demasiado a una huída hacia adelante. Porque es verdad que el secretario general del PSPV tiene un follón de no te menees, pero los líos de Zaplana no son mancos. El titular del Consell busca una Acadèmia que no proporcione un exceso de munición electoral a Unión Valenciana, quedar bien con el poder fáctico mediático a quien tanto debe, cumplir con la palabra dada a Jordi Pujol y emerger como el gran pacificador de un conflicto que envenena la convivencia entre los valencianos. Y todo ello sin dejarse una pluma, un voto, en el empeño. La cuadratura del círculo es un chiste comparado con lo que pretende este hombre que se permite tirarle de las orejas a Romero por sus peleas de familia, cuando él se encuentra en un auténtico laberinto. Ahí es nada lo que busca el presidente: una Acadèmia que hacia el exterior proyecte la imagen de secesionista y en el interior actúe como unitarista. Si lo consigue habrá que hacerle una estatua; pero no por pacificador, si no por encantador de serpientes. Y anuncia que si no es en esta legislatura, en la siguiente sacará por sus redaños la Acadèmia. Vaya esfuerzo estéril e inútil. Para ese viaje ya tiene una que le come en la mano. Y además no arregla nada.

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