Rutinario y frío
El ciclo Strauss, bien planteado por el Palau, sufrió su primer revés por un capricho de Lorin Maazel: la obra previamente anunciada, Una vida de héroe, se cambió por el Don Juan. Maazel engrosó de este modo la lista de directores para quienes la prioridad no es la música que interpretan, sino la ilimitada adoración que les profesa el público. En nombre de los aficionados que acuden a los conciertos por la razón contraria, vaya desde aquí la más enérgica protesta contra esa postura de Maazel. En este concierto de la Philharmonia se palpó el nivel artísticamente devaluado que la formación británica exhibe en cada nueva visita al auditorio. No se trata de enumerar fallos técnicos -que hubo, sin duda- sino de valorar el grado de implicación emocional de la orquesta en el acto de la interpretación musical. Desde esa perspectiva podría hablarse de ejecuciones rutinarias, volcadas hacia el logro de sonidos ricos en decibelios, en más de un caso rayanos en la estridencia, sin calor ni expresividad en el fraseo. El desmadre dinámico al final de La Mer o la ruidosa sobreactuación del timbal a lo largo de todo el programa habrían sido sañudamente censurados en el caso de una orquesta española. Por tratarse de una británica, con un director como Maazel que cobra a precio de oro cada minuto sobre el podio, ¿habríamos de deshacernos en elogios ante semejante falta de buen gusto? Maazel dirigió con escaso interés la Octava sinfonía de Beethoven. Ello no es nuevo en sus sucesivas aproximaciones a esta obra. Se nota que la Octava es para Maazel una sinfonía pequeña. El mayor énfasis estriba en leves retenciones de tempo, alguna exageración dinámica en el forte... pero ¿acaso no hace otro tanto con la Quinta? El Don Juan de Strauss le atrae más, probablemente porque el virtuosismo de la orquestación le permite esos alardes prodigiosos de control sobre los músicos que le han granjeado la unánime admiración de público y crítica. No defraudó en esta oportunidad el maestro con su visión indómita de un Don Juan deslumbrante, a ratos medianamente sensual pero siempre impulsado con brío hacia la autoaniquilación. El rubro hechizador de la orquesta debussyana, en cambio, pertenece a otras batutas. La de Maazel planificó esta versión de La Mer como si la gélida matemática del ritmo fuera la esencia íntima de un discurso que, a poco de comenzar, pareció haber consumido la modesta ración de misterio que se albergaba en las alforjas de la orquesta. Siendo larga la travesía, el menguado rancho ni al despuntar del alba alcanzó. La innecesaria propina (Farandola de L"Arlesienne de Bizet) fue el clamor final de un concierto rutinario y frío.
Lorin Maazel Obras de Beethoven, Strauss y Debussy
Orquesta Philharmonia. Director: Lorin Maazel. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 2 noviembre 1998.
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