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Voces de mando

Hace años, cuando aún vivía en la ciudad de Valencia, el teléfono de mi casa sonó a las ocho de la mañana. "¿Diga?". "A la orden, mi coronel", me saludó sin más preámbulo una voz enérgica y levemente eufórica, "¿qué órdenes tiene para hoy?". No era la primera vez que, creyendo llamar a una instalación militar, se equivocaban de número, pero sí la primera en que me confundían con un alto mando. Durante dos o tres segundos, fantaseé con la idea de aprovechar de algún modo las atribuciones que con tanta generosidad se me adjudicaban. Imaginé que podía asignar cualquier misión a las tropas a mi cargo y enviarlas donde fuera. Por desgracia, no se me ocurría ninguna misión verdaderamente útil o interesante. "Mi coronel, ¿está usted ahí?", insistió la voz. "Se ha equivocado", acabé confesando. La voz perdió su aplomo: "¿No es usted el coronel...?". Mi interlocutor pronunció un apellido que he olvidado. "No, lo siento". Inmediatamente colgaron. Me pregunto qué habría ocurrido si en mi lugar hubieran encontrado a alguien con vocación de golpista. Suerte que los tiempos han cambiado, y desde el 23 de febrero de 1981 estamos vacunados en España contra los golpes de Estado, aunque no contra las confusiones telefónicas. En mis estanterías hay dos libros escritos por Gonzalo Queipo de Llano, El general Queipo de Llano perseguido por la Dictadura (1930) y El movimiento reivindicativo de Cuatro Vientos (1933). El segundo está dedicado el 22 de abril de 1935 a mi abuelo, a quien Queipo llama José Muñoz Carbonero en lugar de Ricardo. Seguramente la relación fue más bien circunstancial. Mi abuelo era presidente de la Cruz Roja y pertenecía al partido Radical Socialista, y Queipo había sido ascendido por la II República, que le había dado, entre otros cargos, el mando de la I Región Militar y el del Cuerpo de Carabineros. En ambos libros, Queipo se define como conspirador antimonárquico, y da cuenta de sus diferencias con Primo de Rivera y de los movimientos insurreccionales en los que tomó parte, que le obligaron a refugiarse en Portugal hasta la proclamación de la República. El movimiento reivindicativo de Cuatro Vientos es, en concreto, una justificación teórica del golpe militar, y asombra que las autoridades republicanas no supieran leer entre líneas y comprender que el mismo general que se sentía legitimado para derribar a Primo de Rivera habría de tener muy pocos escrúpulos para traicionar a la República. "Pero si esta soberanía", escribe Queipo con una retórica que no empaña la claridad de su punto de vista, "fuese atropellada, si el que siendo, por voluntad del pueblo, jefe del Estado, faltase a los juramentos que libremente prestó para ser reconocido como tal, faltase a la lealtad debida a los que con él contrataron o pactaron, lealtad que debe guardar siempre todo hombre honrado, no se puede decir que el militar falte a la lealtad porque no quiera hacerse cómplice de las transgresiones de leyes a las que tiene que servir de garantía. No puede exigírsele lealtad hacia quien faltó primero a ella, ni respeto para leyes que el más obligado a cumplir fue el primero en quebrantar, porque este respeto obliga a todos por igual y aquella lealtad tiene que ser recíproca". Es la vindicación tradicional del golpe de Estado, que también podría haber suscrito Augusto Pinochet. Sabido es que el 18 de julio de 1936 -poco más de un año después de haberle dedicado el libro a mi abuelo- Queipo contribuyó decisivamente al triunfo de la sublevación en Sevilla, y que esa misma tarde se apoderó de la emisora de radio y transmitió la primera de su famosa serie de arengas. Cuenta Gerald Brennan que a veces, sentado ante el micrófono, el general no entendía sus propias notas y se volvía a sus acompañantes. "No veo lo que dice aquí. ¿Hemos matado quinientos o cinco mil rojos?". "Quinientos, mi general". "Bueno, no importa. Da lo mismo si esta vez sólo han sido quinientos. Porque vamos a matar cinco mil; no, quinientos mil. Escuche esto, señor Prieto. Me parece que oigo cómo el señor Prieto escucha a pesar de ¿cómo lo diría? de su... diámetro, debido a los millones del gobierno que se comió el otro día y... a pesar del espantoso miedo que tiene a que lo cojamos. Sí, señor Prieto, quinientos mil para empezar y, cuando lo cojamos, antes de terminar con usted vamos a pelarle como una patata". Se da la circunstancia de que hasta una o dos semanas antes de la sublevación Queipo de Llano había mantenido las mejores relaciones personales con Indalecio Prieto, a quien luego interpelaba de manera tan brutal. De modo semejante, Allende confiaba en Pinochet, y le había convertido en jefe de sus fuerzas armadas a causa de su aparente neutralidad. Entre las muchas objeciones que cabe hacer a Eduardo Frei, actual presidente de Chile y tácito valedor, en su momento, del golpe de 1973, cuando argumenta que en España no hubo procesos sobre derechos humanos durante la transición, figura la de que la mayoría de los crímenes contra la humanidad aquí perpetrados lo fueron durante la guerra civil y la inmediata posguerra, es decir 35 o 40 años antes de la muerte de Franco, mientras que los crímenes del pinochetismo sólo cuentan con 25 años de antigüedad, y muchos de quienes los cometieron todavía viven. Unos años más, y a Pinochet le hubiera sucedido como a Queipo de Llano, que murió tranquilamente en 1951, acaso sin poder barruntar que su nombre acabaría siendo sinónimo de audacia, pero también de crueldad gratuita y renovada traición.

Vicente Muñoz Puelles es escritor.

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