"Al final, terminas por acostumbrarte a pasar miedo en la carretera"
Arsenio González colgará la bicicleta en breve, después de 16 temporadas de viajes constantes, pedaleo y trabajo; mucho de ese trabajo que a unos les sirve para adquirir fama y dinero y a otros, como él, justo para ganarse el pan. Ha sido elegido por la Fundación Euskadi para coordinar el Aula Pedagógica de Ciclismo, una experiencia que pretende educar a los aficionados al ciclismo. A sus 38 años, Arsenio González es el decano del pelotón internacional. Durante su prolongada trayectoria vivió el esplendor de alguno de sus ídolos (Hinault, Alberto Fernández), de talentos prematuros (Fignon) y de ídolos nacionales (Miguel Induráin). Ahora hace una reverencia y se retira dignamente del pelotón, un poco cansado de competir junto a chavales que tienen casi la edad de sus hijos. Le emocionan tanto sus seis triunfos individuales en las grandes rondas como el Giro y las tres Vueltas que ganó con el suizo Tony Rominger. Privilegios de un gregario de lujo. Pregunta. ¿Resulta difícil reciclarse cuando uno no ha sido una estrella? Respuesta. Todavía no he tenido tiempo para pensar en mi futuro. Sólo pensaba en descansar unos meses, disfrutar del paro y pensar en qué dirección tomar, pero me llamó Miguel Madariaga [presidente de la Fundación Euskadi] para coordinar el Aula Pedagógica de Ciclismo y ahora me encuentro atareadísimo, porque además estoy realizando un curso de directores deportivos. P. ¿Podría vivir holgadamente lo que ha ganado con el ciclismo? R. No podría permitírmelo, pero ya me gustaría. Otros sí lo hacen, pero tenían otra categoría. P. ¿Los cursos que va a dar en el aula tratarán también sobre el dopaje? R. Todavía no lo sé, pero creo que hace falta hablar de ello a los chavales. Lo principal es promocionar el deporte-salud. El tema del dopaje es algo difícil de explicar ahora. Yo no soy quién para decir a nadie lo que tiene que hacer. Las opciones están ahí y cada cual actuará en función de su ética o de sus necesidades. P. Y esto, ¿puede aplicarse al campo profesional? R. En profesionales hay mucho dinero en juego, mucha más presión. Después, cada uno hace lo que cree más conveniente. P. Otro de los fundamentos del curso es fomentar la seguridad vial. ¿Pasaba miedo cuando salía a entrenar? R. Sí. Hay algunos conductores que te adelantan con voluntad de intimidarte, para meterte en el arcén. En esos casos yo solía descargarme insultándoles. La verdad es que al final te acostumbras al miedo y al peligro de la carretera, no queda más remedio. P. Suele decir que empezó a andar bien con 31 años. R. Más que empezar a andar bien, recuperé la ilusión por el ciclismo. Después de cuatro años oscuros en Teka, en los que sólo corría carreras de segundo orden, hace siete años fiché por el Clas de Juan Fernández y todo cambió. Teníamos un líder [Tony Rominger], un gran ambiente dentro del equipo y las cosas salían bien. Yo había cumplido los treinta y uno y me ha sorprendido mucho mi longevidad. Pero cuando hay ilusión... P. ¿Agradecía Rominger tus esfuerzos? R. Rominger era una bellísima persona. Es una lástima que cierta prensa le tratara mal porque no supo reconocerle como una persona tímida. Era tímido con los medios, pero también con los compañeros: compartir la habitación con él era como compartirla con una aceituna. Pero en un año de estar aquí cambió radicalmente. Al final, como a todos, le encantaba trasnochar y madrugar poco. También he trabajado para Abraham Olano o Escartín y siempre se han mostrado agradecidos. P. Dicen que los mejores gregarios son ganadores con falta de ambición. R. No es cuestión de ambición, sino de clase. Yo tuve muchos años para demostrar que tenía clase y no lo hice, así que tuve que reconducir mi carrera. De todas formas, yo no hubiera sido de los buenos, eso lo sé. P. ¿Qué rescataría de su carrera? R. La ilusión de los primeros años de profesional [debutó con el Kelme de Rafael Carrasco en 1982], el ver un sueño cumplido, verme codo a codo con mis ídolos. También fueron importantes, mis años de Clas. Con Unzaga y Mauleón formábamos un grupo realmente unido. Al final quedan los amigos, los buenos momentos.
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