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DE CUERPO ENTERO: ANTONIO MIRÓ

Una infancia de alegres fugitivos

Cuando Che Guevara, el cigarro diseñándole la dentadura, circula por el paraíso de los banqueros de Madrid, Manuel Vicent se quita la chistera y anuncia la resurrección del acrílico en el pasapuré de los pistoleros, y las bicicletas ecológicas, de la serie Vivace, que Antoni Miró pedaleó por los muros de un templo de papel moneda y despojos del monte de piedad. En otra de sus tiradas, ya ahorcó al dólar, después de una buena mano de piedra pómez, en el tendedero de un patio de vecindad; y también desveló el destino de la América Negra en las cloacas de Brooklyn Heights. Antoni Miró es un cronista de la realidad y redacta la noticia en una sintaxis plástica, versátil y certera: intimidades de bronce, denuncias de aguafuerte, fotomontajes de protesta, lienzos de óleo de retratos con nombre propio, de máscaras y desnudos, estructuras metálicas, collages de erotismo y carnes de musas a la intemperie, serigrafías coronadas de ejecuciones, mail-art matasellado de urgencia; y detrás de una cosmología así, la reflexión, el método, la crítica, el sarcasmo, la ternura, la ironía, Antoni Miró, en la apacible soledad del Mas Sopalmo, entre el puerto de la Carrasqueta y la sierra del Carrascal, con un herbario aromático y lozano. Y cerca, su origen: Alcoy. En 1944, llegó el ajetreo de la fragua, del yunque, de los alfileres y de la máquina de coser; modista, la madre; herrero, el padre; y a los seis años, convaleciente de una enfermedad y dándole a los lápices de colores, hizo el mundo de palotes, de casas, de flores, de bichos y de otras criaturas sin pecado original, ni cabezas nucleares. Y al séptimo, jugó. En 1965, Antoni Miró, Sento Masiá y Miguel Mataix fundaron el Grup Alcoiart, "en un intento en el cual la renovación plástica corre estrechamente pareja con la concienciación social. El binomio arte-compromiso, eficazmente caldeado a nivel teórico, echa raíces en un diversificado realismo social que se instituye como crónica de la realidad circundante", según el profesor de arte Román de la Calle. A principios de los setenta, Antoni Miró instala su domicilio y su estudio, en Altea, y trabaja sistemáticamente, fiel a su horario nocturno. Frente al Mediterráneo, se contempla y se platica. El pueblo encalado y la luna, y sus amigos Ovidi Montllor, Antonio Gades, Pepa Flores, Ernesto Contreras, Pepe Azorín, Castejón y tantos, y el mar abajo ventilándoles una poética de mejillones al vapor y materialismo histórico. Cuánta hecatombe seriada, cuánta libertad y cuánta disciplina en esa calentura de la creación: Vietnam, L"Home, Amèrica Negra, El Dólar, Pinteu Pintura y finalmente Vivace: y el itinerario planetario de sus obras. Museo Guayasamín, Danish Post Museum, IVAM, Pinacoteca Nazionale della Resistenza, Museu d"Art Contemporani dels Països Catalans y así sucesivamente, y una manada de cebras bajo el logotipo de la Coca-Cola, y premios y fanfarrias académicos; y él, en el Mas Sopalmo, imagen a imagen, en el orden más impecable, en la soledad compartida con su esposa Sofía y su hijo Ausiàs, y con cuantos por allí se llegan: la vieja casa de labradores, ampliada y restaurada para guarecer la amistad, la belleza y la sencillez. Antoni Miró, en medio de los versos de Vicent Andrés Estellés y Joan Valls y Jordá, y de los textos de su paisana Isabel Clara Simó y de tantos que le han levantado un monolito bibliográfico, se reconoce nacionalista de izquierdas y consciente de la defensa de las culturas minoritarias, y del respeto mutuo en pie de igualdad: el imperialismo es sólo una necrópolis con cráneos y capitanías de chimpancés. Y sonríe, cuando escriben acerca de su estética y de su oficio. El oficio lo aprendió de su padre, constructor de carros y luego, irremediablemente, carrocero de camiones, al que ayudaba en la brega. Antoni Miró guarda las viejas herramientas: els formons, l"aixá, el guillaume, les tisores de xapista. A los cuatro años se escapó de su casa y quería un elefante. Sus hermanos le dijeron que los había en la Font Roja, pero entonces nunca los vio. Y ahora, en la madurez de su ingenuidad, le vienen volando y le picotean la barba, qué pájaros.

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