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Mujeres de CC OO: 20 años de lucha

La Secretaría de la Mujer de Comisiones Obreras cumple estos días 20 años, a lo largo de los cuales ha sido un elemento modernizador en el seno del sindicato, y ha jugado un papel muy importante en la tarea de hacer visible a la mujer como trabajadora. Contemplada en perspectiva y con los tiempos que corren, su labor no ha hecho más que empezar. Desde el pasado fin de siglo hasta estos últimos años del presente, los avances de las mujeres en el terreno de la igualdad han sido espectaculares. No obstante, conviene evitar la autocomplacencia y el estancamiento, sobre todo cuando se advierten síntomas de regresión. La revolución de las mujeres no está consolidada. Tras la tensión y la gran creatividad de la década de los setenta, estamos en un bache, con un feminismo instalado académicamente, unas élites repartidas en partidos políticos, algunos de ellos reaccionarios, asociaciones poco implantadas y una masa de mujeres jóvenes que van a sufrir discriminaciones inesperadas en cuanto salgan del cascarón, porque se han criado en un ambiente falsamente igualitario, que daba la igualdad por hecha, sin que se les haya inculcado la necesidad de un trabajo y una contestación continuos. La izquierda tendría que ir pensando en despertar de sus pesadillas y volver a reflexionar sobre la necesidad de dar importancia a lo que verdaderamente la tiene: la educación y la cultura por un lado, y los jóvenes y las mujeres desde otro punto de vista. Porque si bien se ha avanzado mucho en la igualdad de derechos, ni en el panorama laboral ni en los demás, las cosas están tan claras como se establece en las normas o como mienten las apariencias. Sin quitar importancia a la inserción laboral, esencial para la igualdad, lo más importante para las mujeres en el fin de siglo y en la época que se avecina es algo más amplio: la presencia pública, la voz, entendiendo como tal no sólo la participación política y la ocupación de altos cargos sino una invasión generalizada y activa. La mujer es una construcción cultural, como lo es el hombre, ya que los géneros no dependen tanto de la biología como de la civilización. Y uno de los elementos más fuertes en la construcción de la mujer es la imagen, sobre todo en un mundo en el que la realidad tiende a ser suplantada por un tejido de fantasmas mediáticos. Funcionando como un colosal espejo deformante los medios ofrecen unas imágenes ideales que consumimos cada día y a cada momento, y nos condicionan más de lo que estamos dispuestos a reconocer. La tendencia va en aumento y será dominante en el siglo XXI. La cultura de la imagen en este fin de siglo es misógina como en el anterior, si bien atemperada por las leyes del propio mercado, y en gran medida por la lucha de las mujeres, que han conquistado importantes avances en el campo del derecho dentro de la publicidad. Pero culturalmente el cuerpo femenino sigue siendo reclamo, anzuelo y golosina, por una parte, y por otra objeto de abyección. La televisión basura utiliza y crea la mujer basura. En sociedades, digamos, avanzadas, donde las mujeres luchan por la paridad política, la igualdad laboral y el dominio del propio cuerpo, no tiene sentido reivindicar mundos utópicamente femeninos. Lo que hay que hacer es trabajar todos codo con codo y no permitir que la diferencia se convierta en elemento de discriminación por un efecto de boomerang. El capitalismo tiene sutiles formas de discriminar. Frente a él, hay que utilizar los instrumentos clásicos de igualdad: una filosofía política de los géneros igualitaria a rajatabla y sin concesiones ni nostalgias de ghetto, la escuela laica y la coeducación. Y sólo hay unas instancias de las que partir: la participación política, los sindicatos, las asociaciones, los medios de comunicación, los medios públicos de control y la planificación familiar. En España, como en Portugal, Irlanda y los países de Europa que han tenido mayores dificultades para desarrollarse y han sufrido una iglesia católica poderosa socialmente y un dominio de las clases reaccionarias, la liberación de la mujer ha sido aún más difícil y es más frágil. De hecho, después de los avances insuficientes de la etapa socialista, y aunque la derecha no puede ir contra la corriente histórica, hay signos de retroceso, algunos de ellos vinculados con una renovada e insistente presencia de la Iglesia en la vida pública, una política cultural obsoleta, y la entrega de las televisiones públicas al mercado por la vía de la banalización y el sexismo, que acentúa las diferencias en lugar de promover la igualdad. Afortunadamente, la incorporación de las mujeres al trabajo y a la vida pública, y el trabajo de los elementos activos de la sociedad, como los sindicatos y las asociaciones progresistas, compensan el inhóspito panorama de esta España que va tan bien.

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