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CRÍTICACLÁSICA

El gusto por el "rataplán"

Día de la Comunidad Valenciana Obras de López-Chavarri, Rodrigo y Chapí. Santiago Juan, violín. Solistas vocales, Banda Sinfónica Unión Musical de Lliria, Orfeón Navarro Reverter y Orquesta de Valencia. Director: Enrique García Asensio. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 8 octubre 1998.Parece que los conciertos institucionales en torno al 9 d"Octubre juegan su papel dentro del proceso de encanallamiento que hoy vive la Comunidad Valenciana. Proceso, por otra parte, paralelo al que vive el resto del Estado, denunciado hace pocas fechas por Víctor Erice con motivo del vigesimoquinto aniversario del estreno de El espíritu de la colmena. Para empezar, la Orquesta de Valencia y García Asensio leyeron a tempo asaz premioso las Acuarelas valencianas de López-Chavarri. Música escrita con sumo refinamiento, pero sin pretensiones de "llevar el nombre de Valencia por todos los rincones del mundo". Más bien se trata de un mirada íntima dirigida a la esencia de nuestro folclore, como recreación de su espíritu antes que su cita literal. El Concierto de estío, de Rodrigo, recibió asimismo una lectura muy apresurada, con el virtuoso violín de Santiago Juan empeñado en extraer de la obra su lado más superficialmente brillante. Juan posee una técnica de innegable calidad, a la que sería deseable sumar una respiración musical de mayor alcance expresivo. El plato fuerte del concierto fue la zarzuela de Chapí El tambor de granaderos. Apoteosis de la retórica españolista, con acusada pregnancia del binomio iglesia/cuartel, la partitura se mantiene gracias al opulento Preludio ya que los siete breves números cantados poca enjundia añaden a lo escuchado en aquél. Léase al respecto el análisis que de esta obra hace Luis G. Iberni en su bien documentada biografía de Chapí. Los escasos requerimientos vocales de la música, el calco de la escena cómica de La forza del destino de Verdi, la irrupción de la marcha granadera o el rezo del rosario no resisten el paso del tiempo. De ese carácter puramente circunstancial deriva la perplejidad que produce la inclusión de esta pieza en un programa que, en palabras de la alcaldesa de Valencia, nos identificaría con "lo mejor de nuestro espíritu creativo". Únicamente el gusto por el rataplán y por el entrechocar de sables justificaría esta evocación del nacionalcatolicismo, a la cual para nada resultó ajena la mediocre versión de solistas poco comprometidos, desde Martos y Squarcia a Beltrán, Andrés y Giner, pasando por un coro, una orquesta, una banda y una batuta que resolvieron a fuerza de decibelios su falta de convicción en la música interpretada. Un ejemplo más del enmascaramiento cultural que impulsan las instituciones para así mejor desdibujar la personalidad de este pueblo.

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