_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Francfort

DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Si tienen ustedes un amigo editor o agente literario, no le busquen la semana que viene en Barcelona. Su amigo estará en Francfort viviendo una vida apasionante de reuniones con sus iguales de toda Europa, permitiéndose, a lo sumo, respiros de 10 minutos en los que dar buena cuenta de una salchicha colocada sobre una bandejita de poliuretano: la famosa Buchmesse de Francfort es la gran cita de la industria europea del libro. Francfort es tan importante que incluso yo visité su feria del libro, en calidad de oyente, hace unos 20 años, cosechando impresiones contrapuestas. Por un lado, aquello me recordaba el Salón del Automóvil o el Gran Congreso de Fabricantes de Rodamientos a Bolas; pero, por otro, había algo fascinante en aquella reunión de titanes de la edición: aquello no era una reunión de letraheridos apolillados, sino un sitio en el que se hacían negocios y se movía dinero alrededor de entelequias como la cultura y la literatura. Todo empezó cuando Juan José Fernández, que dirigía la revista Star, dijo que se iba a Francfort a ver de qué iba eso de la industria del libro. Como Juanjo pagaba la gasolina, me subí a su Land Rover. Completando la expedición estaba mi amigo J. M., cuyo apellido obviaré porque en la actualidad es un respetado redactor de este diario, quien nos aseguró que gracias a sus contactos con la juventud alternativa de la ciudad dormiríamos gratis en casa de alguien. Gracias a J. M. comprendo mejor que mis conciudadanos la entrada de los verdes en el Gobierno de Schröder, pues ese viaje, que en principio no era más que una visita a un recinto ferial, acabó convirtiéndose en una inmersión en el mundo de los espontaneístas. ¿Cómo? ¿Que ustedes nunca habían oído hablar de los espontaneístas? Pues yo tampoco, pero en el trayecto mi amigo J. M. me puso al corriente. Parece que los espontaneístas (conocidos por el cariñoso diminutivo de spontis) constituían la respuesta alemana al Mayo del 68 francés. Ácratas y autogestionarios, los spontis, tras pasar por comunas y demás experimentos liberadores, se habían incrustado en el sistema creando un antisistema. Según J. M., los spontis constituían una sociedad paralela que no se trataba mucho con la real. En sus filas había todo tipo de profesionales que se ayudaban mutuamente e intercambiaban sus servicios. O sea, que si tú sabías escribir y le redactabas una carta de amor a un sponti fontanero, el sponti fontanero te arreglaba los grifos sin cobrarte: por el trueque hacia la nueva Arcadia. Los spontis vivían en minicomunas (o sea, cinco o seis en un piso) y acogían a sus compadres del extranjero. De esta manera, Juanjo acabó en una casa de feministas radicales que le miraban fatal y yo en un piso en el que, a cualquier hora del día y de la noche, siempre te encontrabas a un tipo en calzoncillos en el pasillo. Todos eran ecologistas y puede, incluso, que alguno de ellos fuera amigo de ese tal Fischer que puede llegar a ministro de Asuntos Exteriores. No sé cómo iban las cosas en el piso de las feministas, pero en el mío reinaba un orden insólito en las comunas españolas, donde siempre había alguien que no lavaba los platos ni a tiros. Ahora que los verdes están en el Gobierno alemán lo entiendo todo: los spontis han triunfado a base de poner en su lucha el mismo empeño y la misma dedicación que sus padres pusieron en la invasión de Polonia. Es decir, el ecologismo sólo puede funcionar en un sitio como Alemania. Todo es cuestión de orden, pensaba yo una noche en la Universidad de Francfort durante una fiesta reggae organizada por los spontis. Ver bailar reggae a un alemán es una experiencia deprimente, pero tenía su gracia verles mover la pierna al unísono, aunque la sandalia de trapense hubiera sustituido a la bota militar. Mientras J. M. le pegaba un chorreo al pobre Daniel Cohn-Bendit, que había tenido la desgracia de pasar por ahí (¡nos has engañado a todos!, clamaba mi amigo), yo ya intuía que nuestros ecologistas nunca pasarían de ser unos buenos chicos desorganizados y con cara de acelga. No aprendí nada nuevo en la Buchmesse, pero 20 años después ya puedo razonarle a quien sea la entrada de los verdes en el Gobierno alemán.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_