Bielsa tortura al Deportivo

Para alguien que tiene algo que decir, se nos marcha en pocas semanas. Entre la confusión de vendedores de burras que nos llega cada temporada desde los cuatro confines del orbe, Marcelo Bielsa, el próximo seleccionador argentino, ofrece un discurso coherente y un modo de ver el fútbol fiel a sus principios más estéticos. Otra cosa es que no le sobren jugadores para llevar a término sus planes, pero al menos Bielsa se esfuerza por sacar de ellos lo mejor posible. En Riazor se presentó con un dibujo tan osado como no se veía desde los tiempos de Cruyff: tres defensas y dos extremos de los de siempre pegados a la banda. La propuesta del Espanyol fue un tormento para el Deportivo que necesitó de un arranque racial, cuando su adversario se había quedado con un futbolista menos, para encontrar el triunfo a ocho minutos de la conclusión.Si hace 15 días frente al Valencia el Deportivo había mostrado signos de renacimiento, ayer regresó a su peor versión: la de ese equipo gandul, sin energía, de moral quebradiza que tantas modorras ha causado en los últimos años. Hasta que el Espanyol quedó en inferioridad por la expulsión de Villa en el minuto 63, sólo la guerra particular de Djalminha contra toda la defensa del Espanyol dejó patente en algunos momentos que el Deportivo tenía intención de ganar. Durante la primera hora de partido, las ocasiones más claras, incluidos dos remates al palo, correspondieron al Espanyol.

Aunque Bielsa imprime a su equipo un carácter decididamente atacante, tampoco cae en la temeridad de descuidar el trabajo defensivo. Lo que hace el Espanyol es jugar como hay que jugar: agrupado alrededor de la pelota para recuperarla cuando no la tiene y para llevarla arriba con el apoyo de todos cuando consigue apoderarse de ella. Bielsa adereza la fórmula con una presión atosigante, que él mismo dirige desde la banda a voz en grito sin dejar un momento de respiro a sus muchachos.

El Deportivo se asfixió muy pronto ante ese pertinaz acoso del rival sobre cada jugador que tocaba el balón. Enmarañado en ese laberinto, el Deportivo no encontró a nadie en quien confiar: Fran y Ziani estuvieron intermitentes, y Turu, apático. En ausencia de soluciones colectivas, el escenario fue más propicio que nunca para que Djalminha sacase provecho de su irreductible individualismo. Entre los que prefirieron dejarse llevar por la desidia nadie se señaló tanto como Flavio. Lo de este futbolista es ya un caso clínico. A estas alturas hasta cuesta trabajo decir si es o no un buen jugador. Cuando el balón está lejos, sólo le falta la hamaca para dormitar en la banda. Y si por casualidad pasa por allí alguna pelota, Flavio se atiene escrupulosamente a la rutina.

Flavio logró el milagro de que se echase de menos a Scaloni, un futbolista tan sobrado de garra como falto de clase. Su ingreso y el de Bassir, mediada la segunda parte, insufló vigor al equipo. Y, más por carácter que por fútbol, el Deportivo halló el triunfo a última hora en la providencial cabeza de Turu Flores.