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Las hijas de Alborán Pequeñas islas del Mediterráneo andaluz se proponen como nuevos espacios protegidos

El Mar de Alborán es un espacio único, al que no se le han prestado los cuidados que merece. Al margen de algunos estudios oceanográficos y pesqueros, los ecologistas han sido los únicos que han venido destacando el valor de este mar, y de las islas que lo salpican, denunciando las agresiones que sufría. A comienzos de los años 80, el Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM), de Almería, lideró una campaña para impedir la destrucción de los bancos de coral rojo que crecen en el entorno de la isla de Alborán.Greenpeace ha realizado acciones para denunciar la sobrepesca o la contaminación. La administración ambiental nunca ha mostrado especial interés por este territorio, aún cuando el Gobierno central ha dictado algunas disposiciones que lo amparan. Las islas Chafarinas, por ejemplo, fueron declaradas Zona de Especial Protección para las Aves y Reserva Nacional de Caza, aunque la presencia de un destacamento militar en la zona se ha mostrado mucho más efectiva que cualquier disposición legal. Algo parecido ocurre con la isla de Alborán, que pasó a convertirse en Reserva Marina y de Pesca el año pasado, figura que no se ha traducido en ningún tipo de actuación concreta que permita ordenar los ecosistemas que tratan de protegerse. En este caso, los efectivos de la Armada, que han ocupado de forma intermitente esta lengua rocosa, han sido los únicos centinelas de sus recursos naturales. La isla de Tarifa, el tercero de los enclaves más valiosos de este mar, también se ha mantenido a salvo de algunas agresiones por su consideración de terreno militar, aunque no se haya usado ninguna figura de protección específica. Presencia militar Tanto el GEM como Greenpeace valoran el efecto disuasorio del Ejército en estas islas, evitando el turismo incontrolado o la pesca furtiva, pero no ocultan el impacto que algunas de sus actuaciones han tenido. Aguas residuales, basuras, construcciones en lugares inadecuados o ganado doméstico introducido son parte de la herencia que los militares han dejado en Alborán, Chafarinas o Tarifa. Aunque es el Gobierno central el que posee las competencias en la mayor parte del Mar de Alborán, la Junta ha comenzado a reunir información detallada sobre los recursos naturales de este territorio, como primer paso para elaborar un plan de ordenación en el que podría incluirse la protección de las islas. La Consejería de Medio Ambiente cuenta ya con un completo informe en el que se relata la situación y principales amenazas detectadas en estos afloramientos rocosos. La isla de Alborán, situada a unas 48 millas del puerto de Adra (Almería) y 39 del de Melilla, apenas ocupa 71.000 metros cuadrados. A pesar de su reducido tamaño, la exposición a fuertes vientos, la ausencia de agua dulce y la pobreza de su suelo, en Alborán crece una comunidad vegetal no muy diversa pero sumamente interesante. En lo que se refiere a la fauna, nidifican un buen número de aves, como la amenazada gaviota de Adouin. Pero quizás la mayor biodiversidad animal se encuentre bajo las aguas. Además de los codiciados bancos de coral rojo se encuentran caladeros ricos en gamba roja, besugos, merluzas o cigalas. Las extensas praderas de vegetación submarinas prestan cobijo a numerosas especies, y el entorno de la isla es frecuentado por distintos tipos de mamíferos (delfines, ballenas, orcas) y tortugas. Las Chafarinas son tres abruptos peñones situados a poco más de dos millas de la costa marroquí y a unas 27 del puerto de Melilla. El archipiélago lo componen la isla del Rey, la de Isabel II y la del Congreso. Esta última es la de mayor extensión, con unos 1.000 metros de longitud y 500 de anchura. La comunidad de aves, de las que se han identificado un centenar de especies, es el elemento más valioso de este enclave. Solo en lo que se refiere a gaviota argéntea y de Adouin se han llegado a censar más de 9.000 parejas reproductoras. Por si sola, la foca monje, que esporádicamente ha ocupado algunas cuevas de la isla del Congreso, justificaría cualquier medida de protección sobre este archipiélago. La isla de Tarifa, también llamada de las Palomas, es la única a la que se puede acceder fácilmente ya que dista solo un kilómetro de la localidad que le da nombre y, además, está unida a tierra firme por medio de una calzada. Apenas ocupa una milla de perímetro, pero en este caso lo que destaca es su entorno submarino, de gran riqueza biológica.

Disputa insular

A la hora de establecer cualquier figura de protección sobre las islas del Mediterráneo andaluz habría que conciliar las competencias del Gobierno central y de la Junta, una cuestión delicada, como ya se ha puesto de manifiesto en otros espacios naturales de la región. Además, la presencia del Ejército, aún considerándola indispensable para la conservación de enclaves cuya vigilancia sería muy dificultosa, añade otro tipo de complicaciones. La propia titularidad de la isla de Alborán se viene discutiendo desde hace años. Una Real Orden de 1884 asignaba esta pequeña ínsula a la ciudad de Almería, por lo que figura adscrita a dicho municipio. La mayor parte de los pesqueros que faenan en esta zona proceden del litoral almeriense, al ser el de Adra el puerto más cercano, aunque también la frecuentan embarcaciones de Motril (Granada). Sin embargo, el faro que se levanta en Alborán es propiedad de Puertos del Estado y su mantenimiento está asignado a la autoridad portuaria de Málaga, por lo que esta ciudad también reivindica sus derechos sobre la isla. Hace algunos meses, la polémica se avivó por las acciones llevadas a cabo por la Real Liga Naval Española de Almería, que insiste en reclamar para esta ciudad la titularidad del enclave. Este colectivo considera que la mejor opción para conservar los recursos de este territorio es convertirlo en una especie de laboratorio natural que pueda ser explotado científicamente por las universidades españolas, creando un centro de investigación permanente. Por su coste y las dificultades de mantenimiento que soportaría, ésta es una opción que hasta ahora no parece interesar a ninguna institución científica.

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