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Retratos de la Europa eurovisiva

El presentador José Luis Uribarri vuelve a TVE con cuatro programas sobre el famoso festival de la canción

Diego A. Manrique

Puede que los antropólogos del futuro descubran que el Festival de Eurovisión hizo más por la construcción de la unidad europea que todos esos bochornosos proyectos concienciadores que se urden en Bruselas. Desde 1956, los telespectadores del continente coinciden una noche en contemplar un desfile de glorias y miserias. Por definición, los directivos de las televisiones públicas se mantienen en una feliz ignorancia de las vicisitudes de la música pop, algo que garantiza que, sea cual sea el sistema de designación de los artistas y las canciones, la cita anual contendrá un sabroso porcentaje de delirios y disparates.Un observador avezado de Eurovisión puede intuir los razonamientos que han desembocado en tal o cual participante, pero frecuentemente faltan datos clínicos para explicar qué mentes brillantes concibieron esperanzas de ganar con tales exhibiciones de vergüenzas. En las primeras ediciones no había margen para las risitas sarcásticas: el honor de cada país estaba en juego. Las decepciones ante las votaciones de la pérfida Albión o la euforia ante los puntos limosneros otorgados por países hermanos se borraban en la almohada; los caminos de aquella Europa mal cosida eran inexcrutables.

En el primer capítulo estrenado el viernes de Eurovisión siglo XX, el espacio concebido por Susana Uribarri (responsable de programas musicales de TVE), se reveló una de las claves de aquellas misteriosas decisiones colectivas: la afinidad lingüística. Pero funcionan otros mecanismos más o menos inconscientes que quedaron en la sombra, a pesar de que el director y presentador del programa, José Luis Uribarri, ha demostrado en sus últimas retransmisiones del festival una notable intuición a la hora de adelantar tendencias de voto.

Así que sólo nos queda especular sobre la sospechosa sincronía entre la España de Franco y la Yugoslavia de Tito. O imaginar que la Europa próspera sentía repelús ante los artistas hiperdramáticos (apabullante Raphael) y los intérpretes con bigotito (pobre Doménico Modugno, cuyo Volare pesa más que todos los ganadores de Eurovisión juntos). Y detectar la sorprendente simpatía de los jurados ante las chicas yé-yé, compatible con el triunfo de Gigliola Cinquetti, comando cultural de la Democracia Cristiana.

Perlas explosivas

Uribarri prefiere no entrar en intimidades. Eso sí, voluntariamente o no, el primer capítulo deslizó soberbias perlas con carga explosiva: José Guardiola explicando su fracaso por "lo moderna que era mi canción", Conchita Bautista asegurando que una hembra española constituía infalible imán para la prensa internacional, Raphael convirtiendo sus patinazos en históricas picas en Flandes. Impagable igualmente el maestro Rafael Ibarbia, al evocar el conflicto del La, la, la, cuando Joan Manuel Serrat huyó de la tentación en la que había caído y fue reemplazado en el penúltimo momento por Massiel, que iba entonces de cantante protesta y andaba por México, adquiriendo acento de cantinera zapatista. Al año siguiente, la imparable Venus de Eurovisión se materializaba en el escenario del teatro Real madrileño con un inenarrable abrigo de chinchilla. A pesar de los intentos de Uribarri por relativizar la leyenda negra -"Eurovisión daba más que quitaba"- algo debía tener el dichoso premio para hacer que tantos artistas perdieran la chaveta y el sentido del ridículo.

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