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Inmortalidad genética

Era de esperar. El biólogo Richard Seed ha anunciado su intención de clonarse en breve. El propósito de ello es evaluar los posibles riesgos de la clonación humana para, según sus propias palabras, "prevenir toda posible crítica sobre la utilización de la desesperación de las mujeres estériles con un procedimiento que no está completamente probado científicamente". Hay que tener en cuenta que va a ser la mujer de Seed, de sesenta y nueve años, la que engendre el embrión clonado de su propio marido. Dios mío. Hay que querer mucho a un hombre para eso. No voy a insistir sobre el manido tema de los personajes públicos que podrían ser clonados, aunque no puedo resistir la tentación oportunista de aventurar que Clemente podría ser clonado para darle otra oportunidad, hasta que, por fin, ganemos la Copa del Mundo en el año 2048, o por ahí. Pero voy a hacer ciencia ficción casera, desde mi supina ignorancia. Si el biólogo Richard Seed consigue clonarse, pasándose por el forro de los cataplines toda consideración ética, no cabe duda de que le lloverán los encargos. Y no solamente de "madres estériles desesperadas", como él altruistamente apunta, sino también de países y comunidades que desearían resucitar a su líder o a su genio fallecido, como ya apuntaban la novela, y después película, Los niños del Brasil, con el tema de la clonación de Hitler. Aunque también, por qué no pensar en ello, se podría clonar a cualquier niño muerto en accidente o atentado, y así consolar en alguna medida a los padres. Y así un montón de ejemplos más. El revolucionario sistema de producción de seres humanos tiene tantas posibilidades que me desborda. No me queda más que dejarles evaluar y prever las posibles consecuencias de la clonación a los científicos. No obstante, creo que lo que pretende el biólogo Seed no es únicamente "acabar con la desesperación de las mujeres estériles", sino apresurarse por ser el primero en clonar a un ser humano y hacerse hueco en las enciclopedias, equiparándose a otros pioneros incomprendidos de la ciencia. Y también, por qué no, perpetuarse genéticamente de paso. Es el viejo trato con el diablo. El premio: la inmortalidad genética. El castigo: que de continuar la estirpe es posible que los sucesivos clones, presuntamente idénticos al primero, vean morir a su antecesor igual. Que se vean morir a sí mismos. Por toda la eternidad.

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