El abrazo de Estella
El documento del llamado Foro de Irlanda publicado el sábado pasado en Estella (la ciudad navarra que fue Corte del duque de Madrid durante la segunda guerra carlista y donde fue votado el frustrado Estatuto vasco en 1931) confirma la peligrosa deriva de los dos partidos nacionalistas moderados hacia un replanteamiento radical de su política de alianzas. La disposición del PNV y de EA para abrir una negociación preliminar sin condiciones con ETA, a la espera de que una eventual tregua de la banda terrorista permitiera pasar a la fase resolutoria del proceso, entierra el Pacto de Ajuria Enea suscrito por las fuerzas democráticas vascas nacionalistas y no nacionalistas; la voluntad de integrar en el sistema político al 12% de la población representada por HB acarrea, de este modo, la consecuencia de excluir a más de un 40% de ciudadanos identificados en el País Vasco y Navarra con el PSOE y el PP. La miríada de organizaciones culturales y sindicales firmantes de la resolución pertenece a la familia nacionalista; la presencia de Izquierda Unida muestra cómo la retórica de la coherencia y el fundamentalismo demagógico de Anguita se hallan al servicio de un oportunismo sin principios dispuesto a pactar indistintamente con el PP y con HB.El hilo conductor de la declaración es el propósito -en sí mismo bien intencionado- de extraer lecciones del Acuerdo de Stormont, suscrito por los unionistas y los nacionalistas de los Seis Condados del Ulster el Viernes Santo de 1998, con la intención de aplicarlas al País Vasco. Parece obligado, así pues, un cuidadoso análisis de la experiencia irlandesa antes de establecer las semejanzas y las diferencias pertinentes; será muy útil para esa labor la lectura del reciente libro de Íñigo Gurrucha sobre El modelo irlandés. Historia secreta de un proceso de paz (Península, 1998), que reconstruye minuciosamente -con la mirada puesta en España- los pasos del largo, torturado y complejo camino emprendido en el Ulster a fin de acabar con la violencia.
Aunque el curialesco gusto por el eufemismo de sus redactores haga difícil cualquier interpretación inequívoca del texto, la Declaración de Estella fuerza mas allá de lo razonable los paralelismos y difumina por debajo de lo conveniente las divergencias entre los dos escenarios geográficos, políticos e históricos. El conflicto del Ulster nació con la partición -primero- de la isla en 1920 y con la exclusión -después- de los seis condados segregados (de población mayoritariamente protestante) a la hora de constituir en 1921 el Estado Libre formado por los otros 26 condados; la discriminación legal, política, social y económica de la minoría católica en el Ulster reanimó desde finales de los sesenta la hoguera apagada de la violencia. A diferencia del contenido potencialmente independentista del nacionalismo vasco, el derecho de autodeterminación del nacionalismo irlandés aspira, por el contrario, a la integración en la República de Irlanda: esa componente internacional de la cuestión del Ulster explica la participación en Stormont de los Gobiernos de Londres y de Dublín, así como el patrocinio de Washington.
Con su alambicado estilo indirecto, la declaración de Estella se muestra a favor de crear "unas condiciones de ausencia permanente de todas las expresiones de violencia del conflicto". Ese plural -"expresiones de violencia"- es adecuado, sin duda, para el Ulster, donde las matanzas de las bandas católicas nacionalistas (el IRA provisional, el INLA y el IRA disidente de Omagh) compitieron en ferocidad con los crímenes de las bandas protestantes lealistas (UDA, UFF, UVF y LVF); terminada en 1986 la guerra sucia emprendida por bandas de mercenarios de origen parapolicial (el Batallón Vasco-Español y los GAL), el País Vasco no padece ya, sin embargo, ninguna otra expresión de violencia que no sea ETA. Mientras la seguridad del Ulster corría a cargo del Ejército británico y de la temida Royal Ulster Constabulary, el orden público del País Vasco se halla en manos de la Ertzaintza, dependiente de un Gobierno presididido desde 1980 por el PNV. Finalmente, Stormont logró el consenso abrumadoramente mayoritario de las fuerzas políticas del Ulster; en cambio, Estella excluye a los partidos que representan a más del 40% de los votantes del País Vasco y Navarra.
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