Perdón

Estoy harta de ver a Clinton pidiendo perdón mil veces por haber hecho unas cochinadillas privadas y además nimias, propias de adolescente o de señor reprimido. También estaría harta si se tratara de unos actos sexuales igualmente privados y de mayor enjundia (los cuales suelen resultar menos cochinos que estas calenturas del quiero y no puedo). Porque lo que es inconcebible es que este hombre tenga que ir pidiendo perdón a troche y moche por algo que sólo puede incumbirle a él y a su familia, en vez de pedir perdón por bombardear Sudán, pongo por caso, que eso sí que tiene bemoles y telenguendengues.Estas ceremonias públicas del perdón son un equívoco moral que está de moda. Por ejemplo, Yeltsin se disculpa en un bonito acto por los excesos totalitarios de los años soviéticos, en vez de hacerlo por lo que de verdad le corresponde, o sea, por los abusos, la corrupción y la catástrofe de su gestión política. O el Papa pide perdón porque la Iglesia quemó vivo a Giordano Bruno, hace 400 años, por decir que la Tierra giraba en torno al Sol, cuando lo que el Pontífice debería hacerse perdonar es, por ejemplo, su dañina condena del condón en el África devastada por el sida. Y así todo. Puro disparate y palabrería.
Los humanos, en fin, solemos caer en la mezquina tentación de no asumir nuestras verdaderas responsabilidades. Eso sí, hay casos extremos de miseria, como el de los dirigentes ultramontanos del PSOE. A estas alturas ya no hace falta que se disculpen por la guerra sucia, sino por lo que están haciendo ahora; por esos modos dignos de golpistas; por destrozar la vida política y, sobre todo, a su propio partido. Porque quienes están atacando de verdad al PSOE son ellos, al utilizar al colectivo como escudo para desviar sus culpas. Sí, estaría bien que pidieran perdón justamente por eso.
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