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Tribuna
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Principio de limitación

Don Carlos Clausewitz, en su libro sobre la guerra, contribuyó a formular con mayor claridad uno de los principios básicos de la estrategia: el principio de la limitación de la victoria, es decir, el principio según el cual toda victoria para ser lograda necesita estar bien definida. La historia aporta abundantes y abrumadores ejemplos de victorias iniciales que acabaron en absolutas derrotas al ser ignorado por quienes se consideraban ganadores el principio de limitación de la victoria. Cuando el triunfo degenera en triunfalismo puede augurarse la catástrofe final. La explotación del éxito debe contenerse una vez alcanzado un punto bien determinado, a partir del cual continuar la progresión del avance invertiría el signo del resultado. Así que en estas contiendas bélicas, como en las otras, no cabe pensar en un mar sin orillas, ilimitado. La interiorización de este principio de la limitación de la victoria, antagónico del maximalismo cerril, estuvo, por ejemplo, en la base de los logros, ahora tan añorados, de la transición desde la dictadura hasta la democracia. Así, también, Liddell Hart pudo escribir que la historia de la estrategia es, fundamentalmente, una crónica de la aplicación y evolución del enfoque indirecto. Su adopción, explica nuestro autor, parece clave para lograr resultados prácticos a la hora de tratar cualquier problema en el que predomine el factor humano y sea probable que surja un conflicto de voluntades a partir de una preocupación subyacente por los intereses. Más allá de la esfera bélica, en el ámbito político, en el del galanteo o en el de los negocios es proverbial que la forma más segura de conseguir la aceptación de una nueva idea o proposición por parte de un interlocutor es persuadirle de que fue él quien la concibió. De ahí, también, aquella recomendación formulada en el lenguaje coloquial que tanto gustaba en Barbastro: "Hacer que los demás se salgan con la nuestra".El análisis de las campañas más significativas, donde la dislocación del equilibrio psicológico y físico del enemigo ha sido preludio clave en el intento por vencerlo, confirma que en estrategia, muchas veces, la línea recta deja de ser la distancia menor entre dos puntos y el camino más corto es paradójicamente el que más vueltas da. Aquí, sin embargo, el PP y el PSOE prefieren una línea de enfrentamiento basada en la elementalidad del choque frontal. Por eso, en el semanario El economista, un colega ha resaltado que Guadalajara, en contraste con la canción mexicana, donde es un llano, puede convertirse aquí en un abismo entre socialistas y populares. Pero, además, tantas líneas de rechazo a las condenas dictadas por la Sala Segunda del Tribunal Supremo se neutralizan entre sí, tantos argumentos y de tan diverso signo acaban siendo de suma cero. A recordar aquel careo durante la vista oral del juicio en el que José Barrionuevo llamó delator a Ricardo García Damborenea.

Es muy difícil conciliar la proclama de la propia inocencia con la exhibición atenuante de las inercias recibidas instaladas en los aparatos de seguridad. Es contradictorio negar la guerra sucia alegando al mismo tiempo que era la misma respuesta practicada bajo los Gobiernos de la UCD e incluso en otros países democráticos enfrentados a problemas terroristas. Porque el desahogo del "y tú más" es un reconocimiento del "yo también". Lo mismo vale decir sobre la pretensión del PP y de su periodista de cabecera de rehusar el globo que han hinchado con éxito visible del que ahora no quieren responsabilizarse. ¿Por qué se excusan ahora si tan impagable servicio han prestado a las libertades y al Estado de derecho? ¿Por qué Pedro José se recluye estos días en la modestia, atribuyendo los méritos principales al ex ministro Belloch? En medio de tanto escaqueo, qué ejemplo el de aquel vasco, cuando buscaban quién había detenido el tren accionando la palanca de emergencia tras leer el titular de las instrucciones, donde se decía "tírese con fuerza". Porque aquel vasco confesó orgulloso: "He sido yo y con la zurda".

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