El fin de la nada
En estos casos, uno duda si lo más sano para todos es ser generoso o ser implacable, y tal vez la mejor forma de ayudarse a sí mismo a tomar una decisión sea echar la vista atrás, preguntarse no dónde estamos, sino cómo hemos llegado hasta aquí. Me temo que al recordar la mezcla de soberbia e incompetencia en que, desgraciadamente, ha terminado por convertirse Javier Clemente, la única conclusión es que para hacer leña es para lo único que valen algunos árboles caídos. En primer lugar, porque el lento derrumbamiento de nuestra selección demuestra que Clemente y quienes lo han utilizado mintieron desde el principio: esto no era una guerra de intereses ni un conflicto entre empresas; no era los buenos contra los malos, ni el As contra el Marca, ni De la Morena contra García. La única realidad era la de que, al final, ha terminado por hacerse evidente: la selección estuvo hasta ayer en manos de un entrenador anticuado, sin recursos ni método, tan impermeable a cualquier tipo de modernidad futbolística y al mismo tiempo tan arrogante que su actitud, en general, recuerda a la del personaje de una novela del premio Nobel norteamericano Saul Bellow, al que alguien pregunta: "¿En qué se distinguen la ignorancia y el desinterés?". Y él contesta: "Ni lo sé, ni me importa".Los resultados del equipo nacional y su juego explican por sí solos cómo el carácter de Javier Clemente no ha servido ni para convertir a una pandilla de tipos rudos al viejo estilo en deportistas de élite, ni para aprovechar -en este contexto aprovechar sólo puede significar dos cosas: o jugar bien, o ganar títulos- uno de los mejores grupos de jugadores de nuestra historia, desde Raúl a Julen Guerrero, de Hierro a Alfonso, de Guardiola a Caminero. Más bien da la impresión de que el de Javier Clemente ha sido un beso letal, capaz de convertir a cualquier príncipe en sapo.
A su lado, nuestros internacionales tampoco parece que hayan dejado lo que siempre han sido, lo que hace que, en lo que respecta al fútbol, toda nuestra historia se pueda resumir con la palabra nada: gente llena de complejos, leones que por alguna razón, tal vez genética, se vuelven gatos en cuanto cruzan una frontera, atletas sin carácter ganador, acobardados en cada oportunidad importante por el miedo a perder. Su actuación en toda la crisis, viendo los toros desde la barrera y limitando su papel al de marionetas agradecidas a su titiritero, ha sido cómodo para ellos y decepcionante para todos los demás, porque no han sabido ganar ni con su entrenador ni contra él, ni cumpliendo sus órdenes ni desobedeciéndolas.
Con la marcha de Clemente se cierra una etapa ciega y mentirosa de nuestro fútbol, donde mucha gente ha intentado manipular a la selección y a los aficionados. Su fin ha sido, después de tanta altanería y tanto fuego cruzado, el fin de nada, una etapa con muchos heridos, mucha tierra quemada y ninguna victoria. Éso es lo que no les perdonaremos.
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